El 16 de agosto de 1956 un dron Grumman F6F-5K, que era básicamente un Hellcat pintado de rojo brillante para que se le viera bien y con un equipo a bordo que permitía controlarlo remotamente, despegó de la Estación Aérea Naval de Punta Mugu en California para servir como blanco de prácticas de tiro.
Sus controladores lo dirigieron hacia el Pacífico pero los sistemas de a bordo tenían otras ideas y decidieron hacer girar el avión hacia Los Ángeles, negándose a hacer caso de las órdenes que le daban desde tierra.
Así que dos cazas Northrop F-89D Scorpion despegaron de la Base Aérea de Oxnard con el objetivo de derribarlo. Los F-89D eran de lo más moderno que tenía la fuerza aérea, tanto que en lugar de ametralladoras o cañones llevaban 104 cohetes no guiados FFAR Mk 4 «Mighty mouse» que montaban en dos contenedores en la punta de las alas controlados por un sofisticado –para la época– sistema de control de tiro.
Los dos F-89D localizaron rápidamente al dron díscolo y esperaron pacientemente a que decidiera girar hacia un área no poblada, pues no era cuestión derribarlo encima de nadie.
Y en efecto al cabo de un rato el F6F-5K decidió dirigirse hacia el valle del Antílope, momento que los pilotos de los F-89D decidieron utilizar para derribarlo. Así que pusieron los cohetes bajo el control del sistema de tiro Hughes E-6 e intentaron disparar. Pero el sistema de control de ambos aviones se negó a disparar, así que a los pilotos no les quedó otro remedio que disparar a mano.
Pero el problema era que al montar el Hughes E-6 en los aviones se les habían quitado a estos los visores de tiro correspondientes al cañón que montaban los modelos anteriores de F-89, así que tuvieron que disparar a ojo utilizando el modo manual.
El modo manual permitía lanzar los 104 cohetes de una sola vez en 0,4 segundos o hacerlo en salvas de 42, 32 y 30 cohetes, que fue el modo escogido por los pilotos. Una primera salva de 42 cohetes de cada uno de los Scorpion no consiguió derribar el Hellcat modificado. Ni otras dos de 32. Ni las últimas dos de 30. Sólo en la segunda de las primeras dos salvas de 42 cohetes alguno llegó a rozar el Hellcat, pero sin explotar. En total 208 cohetes y el Hellcat ni pestañeó.
Ya cortos de combustible –y sin nada mas que lanzarle– los pilotos de los F-89D tuvieron que volver a base –no querría haber estado en el pellejo de esos pilotos cuando se presentaron frente a sus mandos y, sobre todo, sus compañeros– sin otro remedio que esperar que el F6F-5K terminara su combustible y se estrellara sin hacer demasiado daño, lo que en efecto ocurrió a unos 13 kilómetros del aeropuerto de Palmdale.
De hecho el único daño que causó el F6F-5K al esrellarse fue el corte de tres cables de suministro eléctrico que se llevó por delante.
Pero el resultado final de la batalla de Palmdale fue bastante peor que eso, ya que los 208 cohetes que no fueron capaces de derribar el avión loco cayeron en tierra y aunque estaban diseñados para desarmarse si no alcanzaban su objetivo sólo 15 hicieron eso. Los otros 193 la liaron parda en tierra.
La primera salva provocó un incendio forestal que quemó 61 hectáreas. Algunos de la segunda provocaron un incendio cerca de un parque de la ciudad de Newhall, el incendio de unos depósitos de petróleo de la Indian Oil Co. cuyas llamas se acercaron hasta menos de 100 metros de una planta de fabricación de explosivos. Y otros cohetes provocaron el incendio de unas 140 hectáreas de matorrales en el Cañón Soledad. Aunque lo peor fue que algunos de los cohetes de la última salva aterrizaron en la ciudad de Palmdale, algunos de ellos entrando en casas o destruyendo vehículos.
En total 500 bomberos tuvieron que trabajar durante dos días para poner todos los incendios bajo control, aunque milagrosamente no hubo que lamentar víctimas mortales.
El dicho «fue peor el remedio que la enfermedad» se aplica claramente a esta historia.
(Lo vi gracias a un RT de Pepe Cervera de War History Online, que a su vez parece haberlo sacado de Drones in Society: Exploring the Strange New World of Unmanned Aircraft).