Bloomberg tiene en sus archivos este vídeo acerca de los helicópteros de Manhattan como medio de transporte rutinario, algo que comenzó hace unos 50 años con la compañía New York Airways y que ha tenido una vida –y muerte y resurrección– un tanto accidentada. Además de que el minirreportaje está muy bien documentado las imágenes son totalmente espectaculares, como suele suceder con casi todas las tomas de «Nueva York visto desde el aire», así que mejor disfrutarlo en pantalla grande.
El caso es que desde que se construyeron los primeros rascacielos en Nueva York ya había dado vueltas a la idea de que los helicópteros podían ser un «medio de transporte cotidiano», aunque por su precio quedó reservado para los más altos ejecutivos y famosetes. Normalmente se empleaban para ir desde los aeropuertos (NY International, La Guardia, Newark, Teterboro, White Plains y Stamford) hasta el centro de la ciudad, o desde allí al aeropuerto o a la zona lujosa de Los Hamptons. Cuando se construyó el edificio Pan Am (hoy Metlife) los vuelos eran habituales y dejaban a los pasajeros en pleno Park Avenue esquina con la calle 42, junto a la Terminal Grand Central de metro y ferrocarril.
Pero en 1977 un fatal accidente acabó con todo este sueño: a un helicóptero se le rompió el tren de aterrizaje en plena plataforma del Pan Am y volcó; los restos de sus hélices despedazadas mataron salvajemente a cuatro personas que estaban allí, además de a otra que paseaba por la calle. Aterrizar helicópteros en azoteas se prohibió. Y hasta hoy: ya no aterrizan en las azoteas simplemente seguridad, y porque hay alternativas. Excepto quizá en emergencias extremas, todos intentan aterrizar en helipuertos cercanos a hospitales o incluso en mitad de la calle si es necesario, como pasó en Madrid hace años.
New York Airways quebró. Lo único que ha quedado de aquello han sido los helicópteros de turistas, de cadenas de televisión y de policía, que según las épocas –la «era post 11-S»– pueden sobrevolar la isla o no. Los principales problemas siguen siendo tres: el coste, el ruido y el peligro que acecha; de hecho más de un helicóptero de turistas ha acabado también en el río. Aun así los rascacielos «apropiados» siguen teniendo sus H y su numerito que indica el número máximo de toneladas que podrían aterrizar allí. También es curioso que los helicópteros prefieran el power on (mantener las hélices girando durante aterrizaje y despegue) porque da menos problemas y es más barato… pero es peligroso embarcar o desembarcar pasajeros así.
Con la llegada de los drones y los más futuristas todavía «drones de pasajeros» compañías como Blade esperan cubrir el hueco. Estos aparatos serían más silenciosos y baratos (alrededor de 200 dólares el vuelo, no 3.000) pero todavía está por ver si más seguros que los helicópteros convencionales.
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