Anda haciendo las rondas este vídeo en el que Luke Aikins salta desde una avioneta a 25000 pies –unos 7500 metros– sin paracaídas y sobrevive para contarlo pues consigue aterrizar en una red preparada para ello.
Por mucho que Aikins sea especialista en escenas de acción hay que tenerlos forrados de adamantium y tener ganas de figurar en el cuadro de honor de los Premios Darwin para lanzarse voluntariamente de un avión sin paracaídas.
Pero su ¿gesta? me ha hecho recordar casos de personas que se vieron en situaciones similares sin haberlo buscado y que sobrevivieron casi milagrosamente. Sin pretender ser exhaustivo, ni mucho menos:
- Vesna Vulović, quien sobrevivió a una caída de 33000 pies (unos 10160 metros) después de que el DC–9 de Jat Airways en el que volaba como azafata explotara a causa de una bomba colocada en él por un grupo terrorista. Caer dentro de los restos del fuselaje fue, probablemente, lo que la salvó.
- Nicholas Alkemade, que en marzo de 1944 decidió saltar sin paracaídas, que se había quemado ya, para morir por el impacto en lugar de por el incendio del Avro Lancaster en el que volaba como ametrallador de cola. Unos abetos y una gruesa capa de nieve lo salvaron.
- Alan Magee, quien sobrevivió a una caída de 22000 pies (unos 6700 metros) después de tener que saltar de su B–17 con un paracaídas estropeado. Cayó sobre el techo acristalado de la estación de tren de Saint–Nazaire.
- Ivan Chisov, quien perdió el conocimiento tras saltar de un Ilyushin Il-4 a unos 7000 metros, y sobrevivió al caer sobre un barranco nevado.
En The Free Fall Research Page hay algunos casos más de este estilo; en Unplanned Freefall? Some Survival Tips hay algunos consejos por si alguna vez te encuentras en esa tesitura.
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