Por @Alvy — 2 de Febrero de 2009

Lotería de Virginia (2009, versión 6/42)Tan apasionante como antigua es esta historia del New York Times que recuperó J-Walk de la hemeroteca (1992) y que se titula algo así como El grupo que invirtió 5 millones de dólares para ganar a la lotería. En ella se cuenta cómo se llevó a cabo algo que todo el que alguna vez haya jugado a la loto imagina que se podría llevar a cabo con mucho dinero y algo de organización: comprar todas las combinaciones de números posibles para asegurarse el gran premio.

La historia es la de un grupo de «inversores», autodenominado El Sindicato Australiano, que planificó ganar un bote de 27 millones de dólares que se había acumulado en la lotería norteamericana del estado de Virginia. Ese juego es más o menos equivalente a la Lotería Primitiva española. Aunque sólo pudieron apostar por cinco de los aproximadamente siete millones de combinaciones que había en el juego, ganaron el gran premio. Y, lo más afortunado del asunto –nunca mejor dicho– es que nadie más acertó los números ganadores, de modo que no tuvieron que repartirlo con otros acertantes.

En esa variante de la loto en Virginia se elegían 6 números de 44 diferentes (6/44). La probabilidad de acertar los seis números elegidos entre las 7.059.052 combinaciones es como suele suceder, remota. Cada apuesta costaba entonces un dólar. Lo interesante es que tras varias semanas de juego, se había acumulado un bote de cerca de 27 millones de dólares porque día tras día nadie conseguía acertar. (No he encontrado el dato de cuántas apuestas se realizaban cada día pero no debían ser demasiadas, tal vez del orden de varios cientos de miles o unos pocos millones.)

Apostar por todas las combinaciones costaría unos 7 millones de dólares, lo cual garantizaría un acierto seguro. Esto requeriría que todas las apuestas se organizaran y validaran correctamente en las máquinas de las tiendas. Pero existiría otro problema: en este tipo de sorteos suele suceder que si dos o más personas aciertan la combinación ganadora, el premio se reparte. Según los días, a veces no aparece nadie, otras veces solo un ganador o a veces varios, decenas e incluso cientos. Comprar todos los boletos posibles garantiza el premio, pero no su cuantía, pues en cierto modo depende del resto de jugadores y del puro azar (más bien de cuán «populares» o «poco populares» sean los números de la combinación ganadora entre la gente que juega).

Cuestiones logísticas

En el desarrollo de la historia se explica que una vez decididos por hacer la «inversión» el grupo de australianos –se descubriría después que reunía a unas 2.500 personas, convencidas de que el «sistema» iba a funcionar– tuvo que organizar la logística: cómo validar todas las apuestas. En Estados Unidos esto se hace manualmente en máquinas de pequeños comercios, con boletos que se rellenan a mano en los que el jugador elige los números.

Las máquinas de apuestas eran capaces de registrar unas 2.400 boletos por hora, lo cual a 5 apuestas por boleto requeriría unas 600 horas en total si todo se hiciera en condiciones óptimas. Los pequeños comercios donde se podían comprar los boletos tenían permiso para abrir unas 19 horas al día, de modo que con utilizar unos 30 a plena capacidad hubiera sido suficiente. Organizados con un amplio equipo de personas, los australianos se repartieron para asegurarse entre unas 125 tiendas en total, permaneciendo en ellas durante relativamente menos tiempo. En algunos lugares hubo quejas porque los compradores permanecían horas y horas imprimiendo miles y miles de boletos y no permitían a otros jugadores participar.

Una cadena de tiendas permitió una compra de 2,4 millones de dólares de una sola vez: el grupo le explicó lo que quería hacer y el responsable envió desde la central a 40 mensajeros a las tiendas a imprimir y recoger los boletos (su comisión fue de unos 120.000 dólares). Todo esto de forma absolutamente legal. La organización de loterías detectó un número anormalmente alto de ventas al primer día y también que algunas tiendas avisaron de lo que sucedía como «algo extraño», pero no tomaron medidas al respeto.

No está claro cómo se imprimieron todos los boletos con las diferentes combinaciones, pero algunas fotocopias que se pudieron encontrar finalizado el sorteo indican que probablemente se rellenaron a mano.

A pesar de toda esta logística, sólo dispusieron de cuatro días para imprimir todos los boletos: desde el 12 al 15 de febrero a las 23:15, poco antes del sorteo. Para su desgracia, no consiguieron validar los siete millones de boletos. Se quedaron en poco más de unos cinco. Entre otras cosas, algunas tiendas no quisieron seguir rellenándoles boletos porque se formaban grandes colas y no querían «molestar» a sus clientes de toda la vida por no atenderles.

Al completar sólo 5 de los 7 millones de apuestas posibles se redujo a un 72% las posibilidades de que el grupo acertara la combinación ganadora.

La corta espera iba a ser tensa.

Cuando las bolas salieron del bombo, el grupo comprobó que la combinación ganadora estaba entre las apuestas que habían realizado. Y poco después supieron que además habían sido los únicos en acertarla. Con una inversión de unos 5 millones habían ganado un bote de los 27 millones de dólares, multiplicando casi por seis su «inversión» inicial, que obviamente no estuvo exenta de riesgos. Además, el pago real que se realizaba en la lotería de Virginia se hacía a lo largo de 20 años, en forma de 20 pagos de 1,35 millones. Y todavía quedaba alguna sorpresita…

¿Qué sucedió después?

El grupo tenía seis meses para ir a reclamar su premio, pero lo hizo a los pocos días. Entonces fue cuando se encontraron con que, tras enterarse de lo que había sucedido, la oganización de loterías quiso «posponer» el pago del premio hasta investigar con lupa que había ocurrido allí exactamente. Entre otras cosas alegaban que una de las reglas locales decía que los premios se deben reclamar en la tienda en que se compraron, pero el boleto ganador eran de los que se habían comprado en bloque en la central de una de las cadenas de tiendas.

El grupo estaba seguro de haber actuado de forma totalmente legal, tan legal que presentaron todos los documentos «corporativos» sobre su constitución, entre ellos los datos de los 2.500 «socios» para que fueran comprobados.

La organización aseguró que una cosa así «no volvería a suceder» y planificó modificar las reglas relativas al número de boletos que puede comprar cada persona en cada tienda de forma ininterrumpida, el hecho de que no se pueden «bloquear» terminales de modo que solo una persona pueda usarlos y cosas por el estilo.

En un doble giro apropiado para la historia, los ganadores exigieron su premio libre de impuestos alegando un tratado que existe entre Estados Unidos y Australia, para lo cual rellenaron unos simples formularios al respecto. La organización pretendía quedarse un 30% en concepto de impuesto federal (parecido al IRPF español) y otro 4% como impuesto local. Tras celebrarse un juicio ese mismo año la justicia dio la razón al grupo australiano, quien pudo disponer del dinero sin esa retención.

La combinación ganadora, por cierto, fue 8-11-13-15-19-20.

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