Estos días se cumplen 50 años del descubrimiento de PSR B1919+21, el primer púlsar que detectamos jamás, aunque entonces no sabíamos qué era ni teníamos nombre para él.
Un púlsar es una estrella de neutrones o una enana blanca que gira muy rápidamente sobre si misma –hasta varios cientos de veces por segundo– y que produce señales de radio, rayos X o rayos gamma que salen expulsadas de sus polos en sendos haces muy estrechos. Cuando uno de los polos del púlsar apunta hacia la Tierra recibimos la señal correspondiente, y dado que el púlsar gira a una velocidad extremadamente estable la frecuencia con la que recibimos los pulsos también lo es.
De hecho ahora mismo hay un experimento a bordo de la Estación Espacial Internacional llamado Sextant que intenta demostrar que es posible usar los púlsares como si fueran faros en el espacio para determinar la posición de una nave espacial.
Fue Jocelyn Bell, una estudiante de doctorado a la que supervisaba Antony Hewish, la primera en detectar los picos procedentes de PSR B1919+21 en los datos del Interplanetary Scintillation Array, un instrumento instalado en el Observatorio Mullard de Radio Astronomía para medir el centelleo interplanetario.
Dada su regularidad al principio creyó que podía ser ruido de radio generado por el propio instrumento o por alguna actividad humana –o incluso, medio en broma medio en serio, por una civilización alienígena– aunque ambas hipótesis quedaron pronto descartadas al comprobar que otro instrumento recibía las mismas señales y al detectar otra fuente de señales de radio con características similares en otro punto del cielo.
El descubrimiento de estas señales fue publicado en noviembre de 1968 y muy poco después Thomas Gold y Fred Hoyle propusieron la idea de que las causaban estrellas de neutrones en rápida rotación.
Y en 1974 les valió el Nobel de física a Hewish y a Martin Ryle, director en aquella época del Observatorio Mullard y uno de los co-autores del trabajo en el que Hewish y Bell presentaban sus observaciones.
Bell, aunque figuraba como segunda autora del artículo, quedó excluida del premio, en una decisión que aún hoy en día es polémica, aunque ella dice que no lo lamenta y que cree que le ha ido mejor así; Fred Hoyle, sin embargo, siempre pensó que era injusto que ella hubiera quedado excluida. Y eso por no hablar de la desproporción de hombres frente a mujeres premiados con un Nobel, pues los hombres han ganado el 97% de los Nobel de ciencia desde 1901.
Independientemente de que ella haya aceptado el hecho Jocelyn Bell no es, ni de lejos, la única mujer importante en la astronomía que ha tenido menos reconocimiento del que debería. Sin ser exhaustivo se me ocurren nombres como el de Vera Rubin, Henrietta Swan Leavitt, Cecilia Payne-Gaposchkin, Williamina Fleming, Antonia Maury, Annie Jump Cannon.
Así que aprovecho el 50 aniversario de su hallazgo para proponer la lectura de dos libros muy recomendables sobre el papel de las mujeres en la astronomía, Las mujeres de la Luna y Las astrónomas, chicas estrella.
El juego gratuito Astrochat: mujeres espaciales tiene también una misión dedicada a Jocelyn Bell.
(Gracias, Natalia).