Paul Alexander tenía seis años cuando enfermó de polio en 1952. Al cabo de cinco días lo había perdido todo, como él mismo dice, pues ya no se podía mover, andar y ni tan siquiera respirar, ya que su diafragma dejó de funcionar. Con el tiempo aprendió a forzar la respiración con los músculos del tórax pero esto es agotador, así que apenas puede hacerlo durante un rato.
Por eso lleva desde 1952 viviendo prácticamente las 24 horas del día dentro de un pulmón de acero, una máquina que hace disminuir la presión alrededor de su cuerpo para que sus pulmones se puedan llenar de aire.
Poco después de que él enfermara Jonas Salk desarrolló una vacuna contra la polio y hoy en día es una enfermedad que afortunadamente está prácticamente erradicada.
De hecho Paul es una de las últimas personas que vive en un pulmón artificial y tiene problemas para mantenerlo en funcionamiento porque hace cosa de medio siglo que dejaron de fabricarse. Dice que a pesar de todo siente que ha llevado una vida plena –estudió derecho y montó su propio bufete– pero deberíamos tener presente su historia cada vez que alguien ponga en duda la eficacia de las vacunas.
Paul no tuvo elección respecto a vacunarse pero nosotros no deberíamos ni plantearnos que la tenemos. Las vacunas funcionan y salvan vidas.
(Vía Ana Ribera).
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