Por @Alvy — 24 de agosto de 2007

Una anécdota medio matemática, medio informática, extraída también de The Music of the Primes, el libro Marcus du Sautoy.

A principios de los 70, los matemáticos Zagier y Bombardi hicieron una apuesta relativa a la hipótesis de Riemann en la que ambos trabajaban. A falta de la perseguida demostración sobre si era cierta o falsa, Zagier apostó que si tras calcularse «300 millones de ceros» (resultados de la función de la hipótesis) todos confirmaban lo que afirmaba Riemann (que las variables se hallaban en cierta línea recta), daría la hipótesis por válida, perdería su apuesta y pagaría con dos botellas de vino de Burdeos de la mejor calidad.

En 1978 la potencia de los ordenadores había aumentado considerablemente y ya se habían calculado los primeros 75 millones de ceros. En 1979 un equipo en Amsterdam llegó a 200 millones y todo seguía según predecía la hipótesis. Zagier se creyó salvado al pensar que probablemente ya nadie volvería a repetir tan complejos cálculos simplemente para avanzar «un poquito más» en la confirmación de lo obvio.

Sin embargo, su amigo Lenstra suyo avisó al equipo de Amsterdam (que desconocía la historia de la apuesta) de que no pararan: si llegaban a 300 millones de ceros calculados Zagier perdería. Volvieron a poner los ordenadores en marcha y dedicaron unas mil horas más a comprobar el resultado hasta el final: los ceros seguían dando la razón a Riemann y Bombardi, de modo que finalmente Zagier perdió su apuesta.

Ese trabajo se hizo sin ninguna otra razón aparente aparte de la de decidir el ganador de una apuesta entre matemáticos. Zagier entonces calculó que al precio del tiempo de cómputo de los ordenadores de aquellos años (unos 700 dólares la hora) las dos botellas de Burdeos que tuvo que pagar le costaron «a alguien» unos 350.000 dólares cada una. Matemáticamente hablando, razóno, él había pagado su osadía abonando su apuesta con «el vino más caro de la historia de la humanidad.»

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