Uno de los mayores problemas a la hora de enviar una misión tripulada a Marte, más allá de los obvios desafíos técnicos de la misión y de las consideraciones de si merece la vista desde un punto de vista económico, en especial dados los espectaculares resultados que la flota de sondas espaciales que en estos momentos está en la superficie del planeta y en órbita a su alrededor, es el de ver cómo se comportarían los tripulantes encerrados en una nave durante 500 días o más.
Para hacerse una idea de cómo puede funcionar esto el Instituto Ruso para Problemas Biomédicos (IBMP) tiene la intención de llevar a cabo un experimento denominado Mars500 en el que seis voluntarios se encerrarían durante un periodo de 520 días, con la posibilidad de ser extendidos hasta 700, en unas instalaciones especiales que simularían el interior de una nave espacial, el del módulo de descenso, e incluso la superficie de Marte.
Instalaciones de Mars500 - ESA / S. Corvaja
Una vez dentro sólo podrían hablar con el control de la misión a través de un sistema de comunicación que incluiría el retraso pertinente para tener en cuenta el tiempo que tardaría una señal de radio en recorrer la distancia entre la Tierra y la nave, retraso que puede llegar a ser de veinte minutos.
La idea era haber puesto en marcha este ensayo a finales de 2007, aunque ha ido sufriendo varios retrasos hasta el punto de que hoy se pone en marcha lo que no puede calificarse sino de un ensayo del simulacro en el que seis «tripulantes» inician una misión acortada de 105 días: Una tripulación ruso-europea inicia una 'misión a Marte'.
Los voluntarios a punto de entrar en las instalaciones - ESA
En este ensayo preliminar toman parte cuatro rusos, un francés, y un alemán, que experimentarán de forma acelerada un viaje a Marte, la entrada en órbita, el descenso al planeta, y la vuelta a Tierra
De todos modos, y como profano en el tema, me da la impresión de que se van a poder sacar muy pocas lecciones reales ni de este ensayo ni del simulacro propiamente dicho si llega a realizarse alguna vez, aunque ahora mismo se habla de que podría arrancar a finales de este año, quizás tras una segunda prueba de 105 días.
Y es que por mucho que se intente imitar la falta de espacio propia de una nave espacial, cosas como las de tener que realizar la higiene personal con toallitas húmedas, que se les haga comer el tipo de comida que se consume en la Estación Espacial Internacional, o el supuesto aislamiento de la tripulación, no hay que olvidar que cualquiera de los voluntarios puede decidir marcharse en cualquier momento aunque esto le supongo -cosa que no lo se aunque supongo- algún tipo de penalización recogida en su contrato, mientras que de estar realmente en el espacio es obvio que no podrían hacer tal cosa.
Este proyecto, en cualquier caso, me recuerda mucho a Biosfera 2, una instalación en la que se intentaba estudiar el funcionamiento de un ecosistema artificial cerrado que, entre otras cosas podría haber servido alguna vez para la colonización espacial.
Vista exterior de Biosfera 2. Hoy en día es una atracción turística.
Resumiendo mucho, la primera misión de dos años necesitó que en un momento dado se inyectara oxígeno porque su nivel estaba bajando demasiado, con lo que no se cumplió al 100% el objetivo inicial; la segunda, que iba a durar diez meses, apenas duró uno antes de que el proyecto fuera saboteado por miembros de la tripulación de la primera misión en medio de enormes discusiones y problemas con el equipo de dirección.
En cualquier caso, conviene no olvidar que tenemos un sitio cercano al que mirar, que no es otro que la Estación Espacial Internacional, y que en una entrevista con el cosmonauta Gennady Padalka, quien ahora mismo está a bordo de la Estación como comandante de la Misión 19, publicada el lunes en el diario Novaya Gazeta, este protesta vehementemente contra todos los problemas que la burocracia de las distintas organizaciones involucradas supone para su vida a bordo.
Como se puede leer en Conflicto por el uso del retrete en la Estación Espacial, Padalka se muestra enormemente contrariado de que las normas vigentes hagan que cada astronauta tenga que comer sólo la comida que envía su correspondiente agencia y que el acceso a distintos dispositivos e instalaciones como los servicios o las máquinas de ejercicio esté también rigurosamente controlado.
Para Padalka esto tiene su origen en que en 2003 la agencia espacial rusa empezó a cobrar a las otras agencias por aquellas cosas que consumían y usaban los otros astronautas, algo que las otras agencias empezaron a hacer también, lo que en su opinión tiene un efecto negativo en su trabajo, aunque también asegura que él y sus compañeros procuran no dejarse afectar por esas cosas y que procuran llevar una relación lo mejor posible entre ellos a bordo.