Hay una leyenda urbana muy extendida que dice que tras los primeros vuelos espaciales tripulados la NASA se dio cuenta de que los bolígrafos normales no funcionaban en el espacio y que entonces procedió a diseñar uno que sí lo hiciera, gastándose en ello una cantidad absurda de dinero que según la fuente consultada va de un millón de dólares en adelante.
Los rusos, más avispados ellos, habrían solucionado el problema simplemente dándoles lápices de grasa a sus cosmonautas.
Pero en realidad la NASA nunca hizo tal cosa. Y lo de los rusos tiene matices.
De hecho, durante los primeros vuelos los astronautas de la NASA usaron también lápices, aunque luego para los vuelos Gemini encargaron lápices mecánicos a la empresa Tycam Engineering Manufacturing, Inc. a un precio de 128,89 dólares de la época por unidad. Como era un precio descabellado -teniendo en cuenta la inflación en la actualidad serían unos 900 dólares por lápiz- la NASA pronto dio marcha atrás y les compró otros muchos más baratos.
Más o menos por aquella época Paul C. Fisher de la Fisher Pen Co. diseñó un bolígrafo capaz de funcionar en condiciones de ingravidez, bajo el agua u otros líquidos, y en un rango de temperaturas que iba de los -45,5 a los 205,5 celsius.
Para ello la compañía invirtió cerca de un millón de dólares de sus fondos, para luego patentarlo y empezar a comercializarlo con el nombre AG7. Y en 1965 se los ofreció a la NASA, que tras pensárselo debido a la polémica con los lápices mecánicos y tras hacer las pruebas pertinentes, acabó por encargar en 1969 unos 400 bolígrafos para los astronautas del programa Apolo a un precio de… 6 dólares por unidad. Hoy en día aún se pueden comprar –en el enlace anterior– por unos 6o dólares más gastos de envío.
La Unión Soviética también compró 100 de estos bolígrafos junto con 1.000 cargas en febrero de 1969 para sus misiones Soyuz, aunque es cierto que con anterioridad sus cosmonautas usaban lápices de grasa –y no de grafito para evitar que partículas de grafito pudieran irse flotando en caída libre y provocar cortocicuitos–.
Así que aunque la NASA tenga sus cositas, nunca se gastó un millón de dólares ni nada parecido en diseñar un bolígrafo espacial. Pero es una buena historia, qué duda cabe.