Por @Wicho — 23 de abril de 2018

Cuervo sediento en LIGO

El experimento LIGO, que es el primero que nos ha permitido detectar las ondas gravitacionales, es extremadamente preciso. Tanto que es capaz de detectar una variación en la longitud de sus brazos equivalente al ancho de un átomo frente a la distancia de la Tierra al Sol, que de media son 150 millones de kilómetros.

Esto hace que funcione muy al límite de las capacidades de los componentes que lo forman y que le afecten, entre otras cosas, los ruidos que se producen en su entorno. Para ello hay una red de micrófonos que lo rodean y que están conectados con un software convenientemente programado que filtra los efectos de esos ruidos, aunque a veces hay cosas que se le escapan.

Una de las últimas veces que sucedió eso fue cuando en el verano de 2017 comenzaron a aparecer una serie de señales raras en los datos que si bien claramente no eran nuevas detecciones de ondas gravitacionales al principio nadie sabía lo que eran. Así que tocó ir a investigar la zona de la que los micrófonos indicaban que provenía el ruido y resultó que lo producían cuervos picoteando el hielo que se forma en las tuberías del sistema de refrigeración, sin duda encantados de haber encontrado una forma de aliviar el calor del verano.

Entendido el origen del ruido lo que hicieron fue modificar la instalación para que no se formara hielo en el exterior de esas tuberías, así como reprogramar el software de filtrado en cuestión, siempre con el afán de obtenermejores resultados de este instrumento que nos ha abierto una nueva ventana al universo.

(Vía Mapping Ignorance).

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