A principios de este mes nos sobresaltaba la noticia del primer caso de difteria en España en 28 años.
Según la Asociación Española de Pediatría:
La difteria es una enfermedad respiratoria contagiosa, con frecuencia mortal, debida a la infección por una bacteria, el bacilo diftérico (Corynebacterium diphtheriae), que provoca una afectación muy grave de las vías respiratorias altas (garganta y nariz), llegando a producir la asfixia en quien la padece. Este germen produce también una toxina que ataca el corazón y el cerebro y que ha sido la base para el desarrollo de una vacuna eficaz.
Lamentablemente, y a pesar de todos los esfuerzos del equipo médico del Hospital de la Vall d'Hebron, en este caso ha sido mortal.
El pequeño de seis años ha fallecido esta pasada madrugada en la UCI del hospital.
El niño tenía afectadas las funciones respiratorias, cardíacas y renales por la toxina de la difteria, y necesitaba respiración asistida, estaba conectado a un riñón artificial y llevaba varios días con circulación extracorpórea.
Se trataba de un niño al que sus padres, mal informados, habían decidido no vacunar.
Enhorabuena, antivacunas. ¿Qué se siente al haber provocado la muerte de un niño? Una muerte perfectamente evitable, además.
No nos cansaremos de decirlo: las vacunas funcionan y salvan vidas, y salvo casos muy específicos, y siempre bajo consejo médico, no hay ningún motivo que recomiende no vacunar a los niños.
Además, no se trata de que unos padres puedan decidir no vacunar a sus hijos en virtud de no sé que supuesta libertad de elección: cuantos menos personas vacunadas haya más baja la inmunidad de grupo, lo que facilita que se puedan contagiar niños no vacunados porque son aún demasiado jóvenes u otros motivos.