Aunque la promesa de un acceso fácil y barato al espacio fue el principal argumento utilizado para vender el desarrollo de la lanzadera espacial lo cierto es que desde su primer vuelo el 12 de abril de 1981 hasta el momento actual sólo se han lanzado poco más de cien misiones, lo que se traduce en apenas cinco vuelos al año con un coste de unos 10.000 dólares por libra de carga útil puesta en órbita, unos resultados bastante alejados de las previsiones in¡ciales que hablaban de entre 40 y 50 vuelos al año con un coste de unos 100 dólares por libra de carga útil.
Esta origen de esta disparidad queda bastante claro gracias a las recientes declaraciones de Robert F. Thompson, gestor del programa de la lanzadera espacial desde 1970 hasta poco después de su primer vuelo, en las que deja bastante claro que la NASA engañó conscientemente al congreso de los Estados Unidos, al parecer con la connivencia del presidente Nixon, en cuanto a las posibilidades de la lanzadera para conseguir la aprobación del programa.
Dejando aparte estos relativamente pobres resultados y los accidentes del Challenger y del Columbia, hace tiempo que se viene hablando de buscar sustituto a las lanzaderas, y no son pocas las voces que abogan porque en esta ocasión la solución no venga de un programa gubernamental sino de la iniciativa privada, lo cual no parece nada descabellado teniendo en cuenta que todos los programas lanzados por la NASA con este objetivo han sido cancelados o parecen a punto de serlo sin haber alcanzado sus objetivos en ningún caso.
El X Prize, que ofrece un premio de 10 millones de dólares al primer equipo que antes del 1 de enero de 2005 construya y lance con financiación privada una nave espacial capaz de llevar a tres personas a una altura de 100 kilómetros, las devuelva sanas y salvas a tierra, y repita el lanzamiento con la misma nave en un plazo de dos semanas, podría representar un primer paso en esta línea.
En estos momentos hay veinticuatro equipos de todo el mundo apuntados a la competición; sus proyectos están en distintos grados de desarrollo e incluyen desde cohetes de diseño más o menos tradicional hasta naves que son llevadas por un avión nodriza hasta cierta altura antes de ser lanzadas para el tramo final del vuelo.
Es precisamente un diseño de este tipo de la empresa Scaled Composites el que más avanzado parece estar, pues ha realizado recientemente con éxito sus dos primeras pruebas de vuelo en la configuración definitiva que intentará hacerse con el premio. Tras este diseño está Burt Rutan, conocido por sus innovadores diseños en el campo de la aeronática: fue él quien diseñó el Rutan Voyager, el primer avión que consiguió dar la vuelta al mundo sin escalas y sin repostar combustible.
Otros equipos como Armadillo Aerospace y Starchaser están también realizando sus primeras pruebas, aunque en una fase menos avanzada, así que no parece descabellado pensar que el premio pudiera tener ganador en un futuro no muy lejano.
Curiosamente, el mayor problema en estos momentos para los equipos que están en pugna por el X Prize no parece ser precisamente de caracter técnico ni económico sino burocrático, ya que distintos organismos oficiales de los Estados Unidos parecen querer hacerse con la regulación de los vuelos suborbitales, y mientras no se aclare este asunto nadie podrá conseguir una licencia de vuelo que le permita operar comercialmente su nave y llevar verdaderos turistas espaciales.
Incluso Dennis Tito, el multimillonario que se convirtió en el primer turista espacial en 2001, está dispuesto a invertir dinero en alguno de estos proyectos con la intención de ayudar a acercar esa experiencia al resto del público si se consigue desenredar el batiburrillo legal que se está formando.
En cualquier caso, sería magnífico que el X Prize fuera reclamado este año, en el que se cumplen los cien años del primer vuelo de los hermanos Wright.