Por @Wicho — 6 de octubre de 2017

Francis Mojica

A veces vas a hacer un cocido y te sale una fabada, es lo que tiene la ciencia.

– Francis Mojica.

En los últimos años se ha hablado mucho de Michelle Charpentier y Jennifer Doudna como creadoras del método de edición de ADN conocido como Crispr-Cas9, por el que entre otras cosas han recibido un Premio Princesa de Asturias.

Es una técnica más rápida, barata y precisa que las anteriores. De las tres la precisión es la característica más relevante, pues nos da una herramienta más precisa que las anteriores para editar la información genética de una célula. Un ejemplo que suelo utilizar es que es como si en vez de tener que reparar el mecanismo de un reloj a martillazos ahora dispusiéramos de destornilladores, aunque quizás no aún destornilladores de relojero.

Pero el trabajo de Charpentier y Doudna se basa en el descubrimiento del mecanismo en sí por parte de Francis Mojica, quien este año estaba en las quinielas del Nobel de medicina y del de química por el descubrimiento, aunque finalmente no se llevó ninguno de ellos.

Mojica trabajaba a principios de los 90 con unas bacterias que viven en las salinas de Santa Pola llamadas Haloferax mediterranei para estudiar cómo reaccionaban a la salinidad del entorno cuando, casi por accidente, descubrió que eran capaces de incorporar a su propio ADN el de otras bacterias o virus que las atacan para inmunizarse contra ellos.

Es uno de estos casos en los que la investigación básica –esa que muchos cometen el error de preguntar para qué sirve– nos ha levado a un descubrimiento con consecuencias potencialmente asombrosas.

Hay una muy buena entrevista con Mojica en «Hoy día, dar el Nobel a tres personas se queda corto seguro» en la que habla de cómo se produjo su descubrimiento, de investigación básica, y de cómo gestiona uno eso de ser «favorito» en la carrera por los Nobel.

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