Aunque ya hay referencias a autotrasplantes de piel realizados con éxito en el siglo II antes de Cristo y a alotrasplantes de este mismo tejido en la segunda mitad del siglo XVI, de los que ninguno funcionó por culpa del rechazo del sistema inmune del receptor, habría que esperar hasta la década de los 70 del siglo XX con el descubrimiento de los efectos inmunosupresores de la ciclosporina y más tarde de otros medicamentos inmunosupresores para que los trasplantes se convirtieran en una opción viable y, hoy en día, casi rutinaria, como tratamiento médico.
El problema de estos medicamentos, que el receptor de un trasplante ha de tomar de por vida a partir del momento en el que este se realiza, es que aunque permiten a su cuerpo aceptar el órgano recibido sin que su sistema inmune lo ataque como el tejido ajeno que es, tienen efectos secundarios poco deseables como debilitar la resistencia del paciente frente a infecciones o la extensión de células cancerosas, hipertensión, hiperglucemia, daños al hígado o al riñón, etc.
Además, los medicamentos inmunosupresores interactúan con otros medicamentos y pueden afectar a su comportamiento, con lo que el tratamiento de sus efectos secundarios a veces se complica.
Por todo esto, la publicación en el New England Journal of Medicine de sendos estudios sobre un par de métodos desarrollados en los Estados Unidos que podrían permitir a los trasplantados de riñón prescindir de los inmunosupresores es una noticia realmente importante.
El primero de ellos, llevado a cabo en la Universidad de Stanford (Tolerance and Chimerism after Renal and Hematopoietic-Cell Transplantation), cuenta el caso de un hombre que recibió un riñón de su hermano y que lleva más de dos años sin tomar inmunosupresores y sin rechazar el órgano después de que los médicos que lo trataron hicieran unos ajustes en su sistema inmune, básicamente debilitándolo con radiación y tratamientos con anticuerpos, y luego inyectándole células sanguíneas de su hermano, lo que hizo que su sistema inmune desarrollara un nuevo tipo de células capaces de no atacar el órgano ajeno.
En el otro estudio, desarrollado en el Hospital General de Massachusetts (HLA-Mismatched Renal Transplantation without Maintenance Immunosuppression), cinco enfermos recibieron un tratamiento que destruyó parcialmente su médula ósea y con ella los glóbulos blancos que causan el rechazo.
A continuación recibieron un trasplante de médula ósea del donante que, por decirlo así, se hizo cargo de reconstruir el sistema inmune del receptor, y un tiempo más tarde el riñón, que en cuatro de los casos aparentemente fue reconocido como propio por el nuevo sistema inmune «híbrido», ya que después de entre 9 y 14 meses de tratamiento con inmunosupresores, estos pacientes han podido dejarlos, y uno de ellos lleva ya más de cinco años viviendo con su nuevo riñón sin ningún tipo de problema.
En el quinto caso, de todos modos, sí se produjo rechazo del nuevo órgano.
Es importante tener en cuenta que igual que en el caso de Stanford, en el que donante y receptor son hermanos, los cinco casos del caso de Massachusetts implican a donantes y receptores que son parientes, con lo que la compatibilidad entre sus tejidos es mayor de lo que cabría esperar en el caso de que no fueran parientes.
Por supuesto aún habrá que hacer muchos más estudios y ver si estos métodos podrían ser aplicables en el caso de trasplantes entre personas no relacionadas y/o para otros órganos, aparte de que ambos necesitan de un tratamiento previo a la intervención, con lo que no sirven para urgencias, pero desde luego suponen una interesantísima vía de investigación y una noticia esperanzadora.
Este mismo número del New England Journal of Medicine incluye un artículo sobre el curioso caso de una niña australiana que recibió un trasplante de hígado y que tras una serie de complicaciones aparecidas después de la operación se recuperó totalmente cuando los médicos que la atendían decidieron retirarle los inmunosupresores que estaba tomando (Chimerism and Tolerance in a Recipient of a Deceased-Donor Liver Transplant).
Obviamente esta decisión no fue tomada a la ligera sino tras descubrir, a los nueve meses de la operación, que el grupo sanguíneo de la receptora había cambiado al grupo del donante y que además células madre de este habían penetrado en la médula ósea de la receptora y «reprogramado» el sistema inmune de esta.
Lo que es una lástima es que los doctores no tienen ni idea de cómo ocurrió todo esto, aunque especulan que tiene que ver con el tipo de fallo hepático que sufrió, los medicamentos inmunosupresores que se le dieron al principio, y una infección de un citomegalovirus, que es un tipo de virus capaz de deprimir el sistema inmune.
Curiosamente, en todos estos casos se habla de quimerismo en los pacientes, que es la condición que presentan aquellos seres vivos que tienen dos poblaciones de células genéticamente distintas.
En cualquier caso, el mayor problema de los trasplantes hoy en día sigue siendo el de la escasez de donantes, mucho más allá de los efectos secundarios de los tratamientos inmunosupresores, con los que seguro que la inmensa mayoría de los trasplantados están más que contentos de vivir.
(Vía BBC.)