Unos investigadores del MIT han desarrollado un método para utilizar piezas de Lego en experimentos con microfluidos, una especie de plataforma de laboratorio suficientemente flexible y fiable como para realizar ciertos trabajos de forma rápida y barata. Sí, Legos de los de toda la vida, como los que se venden en las jugueterías.
Entre las ventajas de las piezas Lego están que son modulares, resistentes, encajan muy bien y tienen una precisión de fabricación realmente alta gracias al moldeo de plástico por inyección con que se fabrican. Y además son baratas en comparación con otros materiales.
Las canalizaciones para que los líquidos pasen a través de las piezas a través de unos «canales» se perforan con sumo cuidado mediante técnicas habituales en el fresado en metal, más concretamente de microfresado, con agujeros de un diámetro entre 100 y 500 micras (0,1 y 0,5 milímetros). Luego se añaden otros detalles manualmente, por ejemplo conectando los tubos que traen y llevan los líquidos. Para que las piezas encajen (dado que a veces tienen una holgura de unas 500 micras entre pieza y pieza) se utiliza una junta flexible en forma de anillo y un poco de presión.
Aunque este método no es perfecto –porque muchas veces se necesitan canales de sólo una decena de micras, no de cientos– sí que resulta práctico para muchas otras: clasificar células o encapsularlas, filtrar fluidos y demás. Es tan barato y práctico –por no decir «divertido»– que como alternativa puede ser una gran opción.