Predichas por Einstein en su teoría de la relatividad general las ondas gravitacionales son producto de algunos de los sucesos más enormemente cataclísimicos del universo, como por ejemplo la colisión de dos agujeros negros. Son sucesos tan violentos, que generan tanta energía, que hacen temblar la estructura misma del universo.
Durante mucho tiempo hubo dudas acerca de si estas ondas existían –aunque teniendo en cuenta lo acertado de toda las previsiones de Einstein en la relatividad general cada vez había menos dudas– aunque sí teníamos más dudas acerca de si seríamos capaces de detectarlas.
Estas dudas las despejó finalmente el experimento LIGO, que el 14 de septiembre de 2015 detectaba su primera colisión de agujeros negros, seguida por otra el 16 de diciembre de ese mismo año, y una tercera recién anunciada el 4 de enero de 2017.
GW170104, que es como se conoce al tercer evento detectado por LIGO, fue la colisión de dos agujeros negros situados a unos 3.000 años luz de nosotros con unas 31 y 19 veces la masa del Sol para producir un único agujero negro de unas 49 masas solares.
Las dos masas solares perdidas en el proceso son las que se liberaron en forma de energía, y eso es una enormidad de energía: energía es la masa de un objeto por la velocidad de la luz al cuadrado, la famosa ecuación E = mc2.
Aparte de reconfirmar la teoría de la relatividad general de Einstein y permitirnos ir afinando la posible masa de los gravitones, si es que estos existen, lo que nos permitirá acotar su búsqueda, LIGO nos ha desvelado la existencia de agujeros negros de un tamaño que se sale de aquellos cuya existencia preveían los astrónomos, los formados por estrellas de hasta unas 20 veces la masa del Sol, y lo supermasivos que hay en el centro de algunas galaxias con millones o incluso miles de millones la masa del Sol.
Ver el universo a través de las ondas gravitacionales es como si nos hubiera dado un nuevo sentido, y con ver las cosas de forma distinta viene esa poderosa frase de «mmmmm… es curioso». Por eso su detección se considera uno de los mayores avances en la astrofísica de todos los tiempos.
Y cuando el observatorio espacial LISA comience a funcionar casi seguro que alucinaremos aún más.
(Vía Scientific American).