Instalar a propósito un componente con siete agujeros en una nave espacial tripulada no parece muy buena idea por aquello de mantener en su interior la atmósfera que permite a los astronautas respirar y esas cosas.
Pero la Cúpula de la Estación Espacial, ese módulo situado en su parte inferior que tiene siete ventanas a través de las cuales sus tripulantes han sacado miles de esas fotos que tanto nos gustan tiene exactamente siete agujeros, uno por cada una de las ventanas.
Y es que cada una de ellas dispone de una cubierta para protegerla de impactos de micrometeoritos y basura espacial, cubiertas que se mueven girando un pomo en el interior de la Cúpula, uno por cada una de las siete cubiertas, pomos que están físicamente unidos a las cubiertas; nada de botones que hacen funcionar un motor eléctrico que está en el exterior.
Window to the World: La Cúpula con las cubiertas cerradas – NASA
Así que los ejes que mueven las cubiertas de las ventanas tienen que pasar de la parte presurizada de la Estación al exterior, al vacío, sin dejar escapar el aire.
Dos cruciales milésimas de pulgada
Esto es posible gracias a un diseño de Charlie VanValkenburgh, que en su parte más crítica, la que separa la parte presurizada de la Estación del vacío, usa en cada uno de los mandos dos juntas tóricas que van colocadas en unas hendiduras fabricadas con una tolerancia de dos milésimas de pulgada situadas en el eje interno del mando, diseño que ha permitido que desde la instalación de la Cúpula en febrero de 2010 esta jamás haya experimentado una fuga.
Como dice Don Pettit en el vídeo, «ingeniería de la buena de verdad».