Por @Wicho — 1 de enero de 2012

Aunque a la vista de este gráfico podría parecer que el principio de año marca el paso de la Tierra por el perihelio de su órbita, el principio del año del calendario gregoriano, que es el que se usa de manera oficial en la mayor parte del mundo, no tiene mucho que ver con eso.

Estaciones

En realidad tiene más que ver con que los romanos tradicionalmente marcaban el principio del año según el momento en el que los cónsules tomaban posesión de su cargo, lo que ocurría al comenzar la primavera, y con la férrea resistencia de los hispanos, que hicieron que a las legiones romanas les llevara 200 años conquistar la península ibérica.

En un momento dado los romanos se dieron cuenta de que necesitaban nombrar sus cónsules con tiempo para que estos estuvieran en su puesto a principios de la primavera, listos para iniciar las campañas bélicas con el buen tiempo, lo que hizo que adelantaran su nombramiento algo más de dos meses, con lo que el principio del año quedaba situado en enero.

De todos modos, el calendario romano en la época de Julio César seguía siendo un lío, pues tenía diez meses que sumaban 355 días, con lo que de vez en cuando había que introducir meses intercalares para ajustar la fecha del calendario con la fecha real, así que decidió instaurar el calendario juliano, que no necesitaba de estos meses intercalares.

Lo que no se sabe exactamente es por qué no hizo coincidir el 1 de enero con el solsticio de invierno, aunque se cree que es porque era muy supersticioso quería que el 1 de enero coincidiera con una luna nueva.

La explicación completa se puede leer en Los españoles somos los culpables de que el año empiece el 1 de Enero y por qué este no coincide con la Navidad y el Solsticio de Invierno, donde también se puede leer por qué tampoco la Navidad coincide con el solsticio de invierno.

En cualquier caso, conviene no olvidar que no siempre los calendarios se fijan con fines precisamente prácticos, pues por ejemplo el calendario gregoriano citado arriba, introducido por una bula papal del Papa Gregorio XIII el 24 de febrero de 1582, tenía como objetivo principal coordinar la celebración de la pascua entre las distintas iglesias, pues no todas contaban desde el mismo momento para su celebración.

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