Haciendo el ganso en gravedad cero. Más fotos en el álbum Gravedad 0 en Flickr
Tras toda una vida atrapado por la gravedad terrestre, volar en gravedad cero supone toda una experiencia que te descubre un montón de nuevas sensaciones, ya que todas aquellas referencias a las que llevas años acostumbrado dejan de funcionar en la forma habitual, tus propias reacciones y reflejos se vuelven prácticamente inútiles, y experimentas las leyes de Newton de una forma muy distinta a la que estás acostumbrado.
El mes pasado, gracias a Vodafone, con quienes colaboramos en CookingIdeas.es, he tenido la oportunidad de tomar parte en un vuelo en gravedad cero (aunque sería más correcto decir en caída libre) organizado por Zero G Corporation.
Se trata de un vuelo similar a los que realizan las agencias espaciales de todo el mundo para entrenar a sus astronautas y para los que de hecho la NASA contrata de vez en cuando los servicios de esta empresa, y aunque naturalmente no es lo mismo experimentarlo en vivo y en directo que narrar la experiencia, voy a intentarlo.
Los vuelos de Zero G se llevan a cabo en el G-Force One, un Boeing 727-200 convenientemente modificado al que se le han retirado todas las filas de asientos menos las cuatro últimas y que tiene suelos, paredes y techos acolchados en el resto de su interior.
Estos vuelos despegan de distintos aeropuertos a lo largo y ancho de los Estados Unidos, pero el vuelo en el que participé yo tenía además el punto extra añadido de despegar desde el Space Coast Regional Airport, el aeropuerto civil más próximo al Centro Espacial Kennedy.
Preparativos
Para participar en este vuelo hay que reservar plaza con la suficiente antelación y cumplimentar unos formularios sobre la salud del pasajero, así como firmar un documento en el que básicamente dices que eres consciente de que la actividad en la que vas a participar conlleva ciertos riesgos, incluido el de morir, y que liberas a la empresa de toda responsabilidad.También te piden peso y altura para ver de qué talla necesitarás el mono de vuelo, pero en realidad prácticamente cualquier con una salud razonable puede tomar parte en un vuelo de estos, y aún en caso de sufrir alguno de los problemas mencionados en el formulario médico, una autorización firmada de tu doctor puede ser suficiente para solucionar el tema.
Pero si tenemos en cuenta que el propio Stephen Hawking, con todos sus problemas de salud, tomó parte en uno de estos vuelos, parece que queda claro que las exigencias no son en realidad muy duras.
Eso sí, los formularios tienen que estar entregados con al menos dos semanas de antelación.
Presentado en el aeropuerto indicado en la fecha y hora indicadas, lo primero que se hace es un briefing de seguridad en el que mediante un vídeo se explica a los participantes cómo va a ser el vuelo; luego viene el vestirse el mono de vuelo, pasar los controles de seguridad como en cualquier otro vuelo comercial -pues en realidad no deja de ser considerado uno-, hacerse la foto de grupo, y embarcar.
Intento fallido
Tras recibir las correspondientes instrucciones de seguridad por parte del TCP que la FAA obliga a llevar, el G Force One despega y pone rumbo al espacio aéreo asignado para realizar sus maniobras, algo que normalmente le lleva una media hora.Pero en el caso de nuestro vuelo, a causa del mal tiempo reinante en Florida, donde en pleno mes de agosto con un calor y temperatura elevadísimos las tormentas se producen prácticamente a diario, en un primer intento tuvimos que dar la vuelta, ya que no había forma de conseguir que nos reservaran el suficiente espacio aéreo como para realizar las maniobras pertinentes, pues el que en principio nos habían asignado estaba siendo utilizado para enrutar vuelos comerciales.
Afortunadamente, y tras una espera de aproximadamente una hora, las condiciones meteorológicas mejoraron lo suficiente como para poder salir por segunda vez y, sobre el Golfo de Méjico, lo que hizo el vuelo un poco más largo de lo habitual, llevar a cabo el vuelo ingrávido en si.
Trayectoria recorrida por el G-Force One en nuestro vuelo
Así que repetido el briefing de seguridad, de nuevo en vuelo, y alcanzada la altura de crucero, pudimos abandonan los asientos para… Tumbarnos en el suelo.
Esperando impacientes
El motivo de esto es que para conseguir simular las condiciones de caída libre los pilotos ponen el avión en una trayectoria ascendente de unos 45 grados en la que se experimentan 1,8 g, con lo que el peso de cada uno se multiplica casi por dos, y recomiendan afrontar estas fases del vuelo tumbado boca arriba y mirando a un punto fijo en el techo, aunque boca abajo tampoco se lleva tan mal, como pude comprobar durante una de las recuperaciones mientras intentaba usar el Samsung N150 que me había llevado a bordo para intentar tomar unas notas de la experiencia in situ.
Es una sensación similar a cuando un coche acelera o un avión empieza su carrera de despegue, sólo que un poco más fuerte, pero hecho diría que las sensaciones durante la realización de las parábolas son más suaves que en cualquier vuelo con turbulencias o que en una montaña rusa un poco cañera.
Poco antes de alcanzar la parte alta de la parábola, según el avión va perdiendo velocidad, los pilotos nivelan el avión antes de comenzar a descender de nuevo en un ángulo de unos 30 grados para ganar velocidad para la siguiente parábola, y es justo en ese intervalo, gracias a la inercia, cuando los pasajeros experimentan una disminución de su peso, igual que le pasa a una pelota que lanzas hacia arriba justo antes de empezar a caer de nuevo. Cada parábola se comienza a unos 7.300 metros y alcanza una altura máxima de unos 9.800 metros.
Te puedes hacer una idea de cómo es el proceso viendo este vídeo, grabado en un Airbus A300 realizando una maniobra similar.
Las parábolas están calculadas para que la primera genere una sensación de gravedad similar a la de Marte, que es un tercio de la terrestre, las dos siguientes a la de la Luna, un sexto de la terrestre, y las doce restantes para poner a los pasajeros en caída libre, experimentando durante unos treinta segundos en cada ocasión algo muy similar a lo que sienten los astronautas cuando están en el espacio.
Sensaciones nuevas
Pero como decía antes, contarlo aquí no es lo mismo que experimentarlo en vivo y en directo.Acostumbrados a y condicionados por la gravedad terrestre, una de las primeras cosas que te pasa cuando te levantas en las primeras parábolas en gravedad cero es que te vas directamente al techo porque no controlas tu fuerza cuando es sólo la inercia de la masa de tu propio cuerpo la que se opone a los movimientos y no su peso.
En seguida descubres que arriba y abajo dejan de tener sentido, ya que puedes estar con los pies en el techo sin caerte, y caminar o gatear por la superficie interior del avión sin que importe que lo estés haciendo por paredes, suelo, o techo
Otro descubrimiento curioso es lo complicado -o más bien imposible- que resulta moverse cuando estás flotando en medio del aire sin ningún punto de apoyo, como por ejemplo cuando los monitores sueltan unos M&M o un poco de agua para que intentes atraparlos con la boca. Por mucho que estires el cuello hacia delante, el resto de tu cuerpo no lo sigue al no tener el punto de apoyo que normalmente le proporcionan los pies. De hecho, he de reconocer que el único M&M que conseguí atrapar fue haciendo trampa, pues lo pillé con la mano… Y eso porque lo tenía cerca y me bastó con estirar el brazo.
Walking on the Moon wall
También compruebas que esas imágenes que salen en las películas en las que las cosas empiezan a flotar automáticamente cuando una nave queda en condiciones de ingravidez no son reales, pues a menos que estas cosas -o tú mismo- reciban algún impulso de algún tipo, no se mueven en gravedad cero.
Eso sí, cuando se está acabando el periodo de ingravidez y se oye por megafonía feet down hay que buscar rápidamente la forma de irse al suelo, so pena de hacerlo bajo los efectos del incremento de la gravedad, que tampoco es instantáneo aunque sí rápido, con lo que el acolchado del suelo se agradece.
Personalmente, en ningún momento me sentí mareado ni nada parecido, aunque es cierto que opté por tomar el medicamento contra el mareo que la empresa nos ofreció «por si acaso», pero también es verdad que una de nuestras compañeras de vuelo sí se puso mala y tuvo que aguantar como pudo el resto del vuelo sentada.
Terminadas las quince parábolas previstas, demasiado pronto en mi opinión, el avión puso de nuevo rumbo al aeropuerto de partida, donde tras aterrizar cada uno de los participantes noveles puede por fin poner la chapa con su nombre en el sentido correcto, indicando que ya forma parte de los que han experimentado lo que es la caída libre.
La experiencia es absolutamente alucinante, aunque a un precio en su versión estándar de unos 4.000 euros por pasajero más gastos de desplazamiento al aeropuerto de partida y de alojamiento si son menester en su versión estándar entiendo que no está al alcance de todo el mundo; también hay descuentos del 50% para menores de 13, y hay vuelos Platinum, con dos parábolas más y menos pasajeros, con lo que hay más espacio para flotar, por unos 5.500 euros.
De todos modos, estoy convencido de que hasta el propio Isaac Newton la recomendaría de haber podido probarla. Yo, desde luego, lo hago, y espero poder repetirla alguna vez.