Por @Wicho — 27 de febrero de 2018

Impresión artística de la superficie de Próxima b

En el verano de 2016 Próxima Centauri, la estrella más cercana a la Tierra –aparte del Sol, claro– dio que hablar por el descubrimiento de un planeta que da vueltas alrededor de ella, lo que lo convierte en el planeta extrasolar más cercano a nosotros que vayamos a encontrar nunca. Además está dentro de la zona de habitabilidad de la estrella.

Próxima b, que ese es el original nombre que recibió el pobre planeta, tiene una masa de aproximadamente 1,3 veces la de la Tierra y orbita su estrella a tan sólo 7 millones de kilómetros, el 5% de la distancia entre el Sol y la Tierra. Pero como Próxima Centauri es una enana roja no mucho más grande que Júpiter y mucho más débil que el Sol las estimaciones indicaban que la temperatura en su superficie podría ser adecuada para que existiera agua en estado líquido.

Con eso su índice de similitud con la Tierra se estimó en 0,87, aunque luego fue bajado a 0,85, con lo que lo coloca empata con Trappist-1e, descubierto más tarde, y por delante de Kepler-442b y Gliese 667C c, que tenían el récord con 0,84.

Pero esto del índice de similitud hay que ponerlo en contexto, ya que a tan poca distancia de su estrella los astrónomos sabían que es más que probable que la superficie de Próxima b esté achicharrada por las llamaradas de rayos X y de radiación ultravioleta procedentes de la estrella. Con lo que cualquier atmósfera u océano que pudiera haber habido allí llevarían millones de años evaporados y su superficie esterilizada.

Y ahora un nuevo resultado obtenido por el radiotelescopio ALMA pone aún más en evidencia que es extremadamente imposible que allí haya ningún tipo de vida –al menos tal y como la conocemos– porque se han detectado llamaradas procedentes de Próxima Centauri 10 veces más brillantes que las más grandes producidas por el Sol en longitudes de onda similares.

No sabemos cada cuanto tiempo se producen estas llamaradas XXL pero parece claro que el índice de churruscamiento de Próxima b tiene que ser aún mayor de lo que pensábamos hasta ahora… y toca seguir buscando ese elusivo gemelo de la Tierra que aunque sólo sea por probabilidad tiene que existir en algún lugar del universo; otra cosa es que esté lo suficientemente cerca o en una posición que nos permita dar con él.

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