Einstein publicó sobre teoría de la relatividad en 1905 y 1915 (primero sobre la relatividad especial y luego sobre la relatividad general). Por eso esa película de 1923 tiene un encanto especial: es de la época en la que el cine estaba en pañales, por no hablar de las técnicas de animación – Disney apenas había comenzado a dibujar historias cortas por aquel entonces.
La calidad del cortometraje es la propia de la época, quizá por eso resulta especialmente entrañable. Es como si se estuviera viendo una película de Buster Keaton o Charlot, con sus rótulos parpadeando entre las escenas. Ni siquiera tiene música de acompañamiento.
A pesar de no haber narración los rótulos son también de una brevedad extrema, propia casi de la época de Twitter: compuestos fotográficamente a duras penas apenas cabían unas ocho líneas de cuatro o cinco palabras cada una, así que no daba tiempo a enrollarse.
La película habla de lo relativo de la velocidad y los movimientos entre objetos y del límite la velocidad de la luz. Utiliza «disparos de bala» como símil para demostrar que la velocidad de la luz es constante. También menciona que el tiempo es relativo y se expande y contrae según los observadores, e incluso que el espacio puede deformarse debido a la gravedad, así como los rayos de luz.
Los últimos párrafos no tienen desperdicio:
Esta teoría abre un campo ilimitado a las especulaciones, los sueños y las fantasías (…) Puede que suponga el comienzo de una civilización diferente a la nuestra, tan distinta como la nuestra es de nuestros antepasados que vivían en las cavernas.
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