Por @Wicho — 1 de Abril de 2013

Representación artística de la Pioneer 11 en el espacio
Representación artística de la Pioneer 11 en el espacio

En 1980 algunos científicos que trabajaban con los datos de las sondas Pioneer 10 y 11 se dieron cuenta de que estas estaban frenando algo más despacio de lo previsto por la ley de gravitación universal.

Se trataba de una diferencia de sólo 0,8 milmillonésimas de m/s2 en dirección al Sol, pero fue lo suficiente como para provocar bastante interés, porque podía significar que la ley en cuestión necesitaba algún tipo de ajuste.

Tras analizar y descartar muchas posibilidades empezó a tomar fuerza la idea de que el calor que perdían las sondas, emitido en forma de radiación térmica, era el que las frenaba, pues si esa emisión no era igual en todas las direcciones y a causa del diseño de la nave era más fuerte en dirección opuesta al Sol esto podía ser suficiente para causar esa deceleración extra, bautizada como la anomalía de las Pioneer.

Claro que para poder comprobar la validez de esta hipótesis los científicos necesitaban comparar datos de velocidad de la sonda que cubrieran el mayor número de años posible, para ver si la deceleración se correspondía con el desgaste previsto de los generadores de radioisótopos de a bordo.

Y ahí empieza una curiosa aventura que llevó a Slava Turyshev, uno de los que propusieron la idea de la «fuerza de retroceso térmico», a recorrer unos cuantos centros de la NASA y otros centros asociados a la caza de esos datos, tarea que no resultó nada fácil.

A pesar de que las Pioneer 10 y 11 se lanzaron respectivamente en 1972 y 1973 se encontró con que muchos de los datos estaban almacenados… Nadie sabía donde, mientras que otros estaban en soportes y formatos obsoletos.

Cinta de datos
Cintas de los datos similares a las que hubo que rescatar

Así que comenzó por un lado una tarea de investigación para localizar físicamente los soportes que contenían esos datos, y por otro la de conseguir sacar esos datos de los soportes en los que estaban, que incluían cintas magnéticas, discos, e incluso tarjetas perforadas, y después traducirlos a un formato que pudiera ser tratado con las herramientas que querían utilizar los investigadores.

Arturo Quirantes cuenta esta apasionante historia con todo lujo de detalles en El enigma de la anomalía Pioneer para el Cuaderno de Cultura Científica de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

Y aunque esta tiene un final feliz, pues a pesar de que se perdieron series enteras de datos se pudieron recuperar los suficientes como para confirmar la teoría de Turysehv y sus compañeros, pone una vez más de relieve la fragilidad de nuestro legado almacenado en formatos digitales obsoletos.

Claro que al menos en este caso aparecieron la inmensa mayoría de los datos, no como en el caso de las cintas que contenían las imágenes del primer paseo espacial por la Luna, cintas que a estas alturas la NASA reconoce que habrán sido borradas.

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