Impresión artística con estrellas, agujeros negros y nebulosas dispuestos sobre una cuadrícula que representa el tejido del espacio-tiempo. Las ondulaciones de este tejido son las ondas gravitacionales – Colaboración NANOGrav/Aurore Simonet
La noticia científica de la semana, aunque un tanto esotérica, es que hemos podido confirmar que el universo está lleno de ondas gravitacionales. O al menos eso parecen indicar resultados recién publicados por la colaboración internacional NANOGrav y otros grupos.
[Ahora es cuando pones ¿Quienes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? de Siniestro Total]
La existencia de las ondas gravitacionales fue predicha por Albert Einstein en 1916 en su teoría de la relatividad general. Pero hasta 2015, aunque había pruebas indirectas de su existencia, no pudimos detectarlas por primera vez. La confirmación de su existencia ha valido, entre otros muchos premios, un Princesa de Asturias y un Nobel.
Salvando todas las distancias, y con el permiso de quienes saben más de estas cosas que yo, es como cuando se produce un terremoto y este provoca ondas sísmicas que recorren la Tierra, salvo que en este caso son ondas que viajan por el espacio. Las producen fenómenos extremadamente energéticos como por ejemplo la colisión de dos agujeros negros.
Hasta ahora las que habíamos detectado eran ondas gravitacionales de alta frecuencia, producidas por agujeros negros de masas estelares que orbitan muy rápido uno alrededor del otro antes de fundirse en un abrazo mortal que produce otro agujero negro y en el que parte de la masa de los dos que se unen se libera en forma de energía.
Los resultados recién presentados, sin embargo, parecen corresponderse a parejas de agujeros negros supermasivos –aunque hay otros posibles orígenes– que orbitan uno alrededor del otro en órbitas de meses o incluso años.
La detección ha sido posible mediante el análisis de quince años de señales de 68 púlsares. Los púlsares son estrellas de neutrones que emiten radiaciones de forma periódica y muy precisa. Como un metrónomo. O un faro. Pero midiendo las variaciones en esas señales resulta que coinciden con lo que cabría esperar en el caso de que hubiera ondas gravitacionales interfiriendo con su llegada.
Así que la conclusión es que todo apunta a que el universo está lleno de estas ondas gravitacionales de baja frecuencia. Un poco como la radiación de fondo de microondas, que es un resto del Big Bang que está presente en todo el universo, pero en otra frecuencia.
Es como abrir los ojos a una nueva forma de ver el universo; abrir los ojos a una luz que hasta ahora no éramos capaces de ver aunque la teoría indicaba que estaba ahí. Como decía Katie Mack, «estamos utilizando chorros de radiación de estrellas muertas para detectar ondulaciones en el espacio procedentes de colisiones de agujeros negros supermasivos en todo el cosmos.» Y eso mola todo.
Ahora toca seguir estudiándolas para terminar de aclarar su origen, lo que nos permitirá aprender sobre agujeros negros supermasivos, cómo se fusionan y crecen las galaxias y las condiciones en el centro de las galaxias. Nos ayudarán a comprender nuestros orígenes cósmicos. De ahí la canción de Siniestro.
Y esperar al lanzamiento de LISA, un observatorio espacial de ondas gravitacionales que nos permitirá detectar las de frecuencia media. Aunque hay que tomárselo con calma: por ahora su lanzamiento no está previsto para antes de 2037. Lo que a escala cósmica no es nada, pero a escala humana ya son unos años.
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