Armado con datos obtenidos en autopsias de hombres realizadas en los 40 y los 50 del siglo XX el arqueólogo James Cole, de la Universidad de Brighton, ha calculado que un hombre adulto* aporta unas 126.000 calorías, tal y como se puede leer en Assessing the calorific significance of episodes of human cannibalism in the Palaeolithic.
El dato sale del peso y masa muscular medios de esos hombres y la distribución de proteína (4 calorías por gramo) y grasa (nueve calorías por gramo) en los órganos que normalmente se comen los que practican canibalismo, lo que supone que no incluyó el páncreas, el bazo, los intestinos y los dientes.
El objetivo de su estudio era intentar dilucidar si nuestros antepasados recurrían al canibalismo porque les compensaba como estrategia para alimentarse. La conclusión de Cole es que no porque hay otros animales mucho más ricos en calorías que sus congéneres que nuestros antepasados ya comían, aunque no tengo nada claro que nuestros tatara tatara tatara lo que fuera supieran nada de esto. Pero para Cole estos resultados indican que recurrir al canibalismo es más una muestra de que vivían en sociedades más complejas de lo que pensamos en las que el canibalismo podía adquirir un significado ritual.
*Cole indica que no tenía datos para mujeres e individuos no adultos y que recopilar este tipo de datos quedaba fuera del ámbito ético (y legal) de este estudio.
(Vía Quartz).