Por Nacho Palou — 2 de octubre de 2017

La intensidad y destrucción que está dejando tras de sí la temporada de huracanes de este año ha hecho resurgir la cuestión sobre si los huracanes se pueden detener de algún modo, antes de que lleguen a tierra firme y empiecen a poner todo patas arribas — y a costar vidas.

Una idea para detener los huracanes, que es recurrente desde hace más de medio siglo, plantea la posibilidad de dispersarlos con bombas atómicas.

La propuesta la hizo “seriamente” y por primera vez el meteorólogo Jack W. Reed en 1959. El plan de Reed se puede leer en aquí. Tal y como cuentan en Nuking Hurricanes: The Surprising History of a Really Bad Idea (Nukeando huracanes: la sorprendente historia de una idea realmente mala),

Reed especuló que un submarino podría viajar bajo el agua para colocarse bajo el ojo de un huracán y desde ahí lanzar y detonar uno o más misiles nucleares. La explosión resultante desplazaría hacia la estratosfera la mayor parte del aire relativamente cálido del ojo del huracán, que sería reemplazado por el aire circundante, más frío y denso, reduciendo la velocidad del viento y debilitando la tormenta.

Reed calculó que una explosión de 20 megatones podría ralentizar una tormenta con ráfagas de 200 km/h y vientos sostenidos de 100 km/h.

Pero Reed no encontró a nadie que apoyara su idea.

Y Reed no encontró apoyo porque básicamente su idea era realmente mala y no iba a funcionar por varios motivos, enumerados en el vídeo What Happens If You Drop a Nuclear Bomb Into a Hurricane? (¿Qué sucede si se lanza una bomba atómica dentro de un huracán?),

Hay varios problemas con esta propuesta. El primero es que no funcionaría: los huracanes son fenómenos extremadamente poderosos. Liberan de promedio 600 billones de julios cada segundo [un julio es más o menos la energía que necesitas para lanzar una manzana al aire a un metro de altura], que es el equivalente a la energía liberada por 10 bombas de Hiroshima detonadas cada segundo; la misma cantidad de energía eléctrica consumida en todo EE UU en un año. La bomba más poderosa que ha detonado el ser humano es la bomba del Zar, de 50 megatones [2,1×1017 julios o 50 millones de toneladas de TNT], una cantidad de energía que ni siquiera iguala a la energía liberada por un huracán en un día. Habría que detonar 238 bombas del Zar, lo cual tendría el desafortunado efecto colateral de llevarse por delante a toda la humanidad.

Entre otras pegas, la teoría de Reed sería costosa al requerir el lanzamiento de varias bombas nucleares por cada huracán. Varias o más bien unos cuantos cientos de ellas, a unos cuantos cientos o miles de millones la unidad. Lo cual provocaría —además del fin de la humanidad— lluvias y vientos radiactivos que causarían tremendos daños medioambientales por todo el planeta — más daños de los que llegaría a causar el huracán que se intenta destruir.

La idea además ni se intentó desarrollar porque bombardear huracanes con bombas atómicas supondría saltarse el tratado que limita las pruebas nucleares, las detonaciones en la atmósfera y que restringe la posesión y el uso de bombas nucleares con fines no militares a sólo 150 kilotones.

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