Por @Alvy

Este artículo se publicó originalmente en Tecvolución, el blog de Volvo en el que colaboramos desde hace una década, dedicado a las tendencias tecnológicas aplicadas al futuro de los coches, la sostenibilidad, la innovación y el ocio digital.

Desde hace años la Universidad de Iowa en Estados Unidos ha venido desarrollando su entorno de conducción virtual llamado simplemente The National Advanced Driving Simulator (NADS, Simulador de Conducción Avanzado Nacional). Básicamente es una enorme plataforma en la que hay una cúpula cerrada con 16 pantallas de vídeo de alta resolución alrededor de un círculo completo, formando imágenes de 360 grados. Al igual que los simuladores de vuelo, la plataforma puede moverse mediante un sistema hidráulico, para proporcionar mayor realismo.

Un coche «de verdad» en su interior

El simulador principal, llamado NADS-1 es tan grande que dentro de la plataforma se puede meter un coche «de verdad», para que su manejo sea exactamente igual y no haya diferencias en los controles y sensaciones. Lo único que se hace es quitarle las ruedas – y llenarlo de cámaras y sensores, naturalmente. A los ejes del vehículo se conectan unos mecanismos que producen vibraciones para simular fielmente el movimiento sobre distintos tipos de superficies.

La plataforma, de 8 metros de altura, tiene 13 «grados de libertad» de movimiento, que pueden moverla de 13 formas diferentes: izquierda, derecha, arriba, inclinación, giros… Esto permite simular las fuerzas que actúan sobre los vehículos: aceleración, frenada, pendientes… Junto con las imágenes circulares y el sonido envolvente el resultado es una inmersión total, que permite a quien conduce sentirse en movimiento sobre cualquier tipo de terreno, número de carriles y condiciones medioambientales.

Seguir leyendo: «El simulador de conducción de vehículos más realista del mundo»

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Por @Alvy

Este artículo se publicó originalmente en Tecvolución, el blog de Volvo en el que colaboramos desde hace una década, dedicado a las tendencias tecnológicas aplicadas al futuro de los coches, la sostenibilidad, la innovación y el ocio digital.

Esta pequeña película cuenta cómo es el día a día de Maxine Taylor, una camionera que mantiene la tradición familiar conduciendo uno de los trenes de carreteras (Road Truck Trains) que circulan en los remotos y aislados parajes del continente australiano. Estos vehículos se vienen utilizando desde hace décadas como solución para explotaciones industriales y comunidades a las que no es muy fácil llegar por otros medios.

Los road trains son una forma altamente eficiente de transportar todo tipo de materiales a través de la peculiar geografía australiana. Llegan por carretera allí donde no es rentable que lo hagan los trenes o los aviones, aprovechando que por esas remotas carreteras no hay precisamente demasiado tráfico.

La ecuación compensa y pueden usar la «fuerza bruta» para hacer rentables con su enorme tamaño unas operaciones que de otro modo serían inconcebibles. Se utilizan principalmente para mover materias primas desde las minas, materiales de construcción, combustible e incluso ganado.

En el vídeo el camión Volvo de Taylor arrastra cuatro remolques y pesa 175 toneladas; en cada operación de transporte recorre unos 800 km, repitiendo la ronda seis días a la semana.

La cantidad máxima de remolques que se pueden conectar a la cabeza tractora depende de una normativa bastante estricta, que varía entre dos para la mayor parte de Australia y tres (hasta 36,5 metros) o incluso cuatro (hasta 53,5 metros) en ciertas carreteras concretas.

Comparativamente en la mayor parte de Europa tenemos un límite unos 25 metros (en España son 18,75 metros en total, para dos remolques), con algunos países como Suecia haciendo pruebas de hasta 32 metros. Hay quien dice que en un futuro de camiones autónomos este tipo de colosales vehículos podrían ser una de las formas más eficientes de transporte para llegar a ciertas áreas en muchos países.

Naturalmente, cuando se habla de estos titanes de la carretera las cifras son descomunales. Hay algunos modelos como el denominado cariñosamente Ciempiés con un depósito con capacidad para 1.000 litros de combustible, una caja de cambios con 18 marchas que rueda sobre 28 ejes con 110 ruedas en total. Se ha calculado que puede llegar a transportar hasta 250.000 toneladas de minerales al cabo de un año.

Y si se trata de récords –aunque no sean vehículos precisamente prácticos, sino montados para la ocasión con el mero objetivo de salir en la foto– el premio se lo lleva un road train de Queensland (Australia) que en 2006 conectó 112 remolques con un peso total de 1.300 toneladas y cuya longitud era de 1.474 metros – casi un kilómetro y medio de vehículo. Eso sí: para la demostración simplemente arrancó sus tres motores, recorrió cien metros y se detuvo. Lo suficiente para batir el récord anterior y figurar en los libros.

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Por @Alvy

Por qué los intermitentes hacen ese ruidito tan característico

Este artículo se publicó originalmente en Tecvolución, el blog de Volvo en el que colaboramos desde hace una década, dedicado a las tendencias tecnológicas aplicadas al futuro de los coches, la sostenibilidad, la innovación y el ocio digital.

Tic. Tac. Tic. Tac. El sonido de los intermitentes es tan familiar como confortable. Nos permite saber si están activados o no, señal auditiva de que nos preparamos para hacer una maniobra, pero… ¿No resulta un tanto extraño? El aviso sonoro es para el propio conductor, no para el resto de vehículos. Y, excepto el claxon, ningún otro control del coche tiene este tipo de «respuesta sonora»: resultaría un poco raro si al girar el volante se oyera una melodía o sonaran notas al cambiar de marchas (excepto, hoy en día, la marcha atrás, que es la excepción que confirma un poco la regla).

¿Por qué suenan los intermitentes? La respuesta es sencilla: en los antiguos tiempos sonaban debido a las piezas que los hacían funcionar. Hoy en día, en el que todos los indicadores se controlan electrónicamente, no sería necesario ese sonido, pero por costumbre y familiaridad todos los coches incorporan también el sonido – a veces simulado mecánicamente, a veces incluso digitalizado a través de los altavoces del coche.

Tal y como cuentan en Jalopnik los componentes electrónicos que se usaban antiguamente eran relés mecánicos, que activados por electroimanes inducían el contacto para dejar pasar la corriente moviendo unos pequeños interruptores. De ahí el famoso tic, tac, tic tac. La temporización correcta la llevaba un dispositivo térmico que se expandía y contraía. Que por cierto según la normativa tiene que estar entre 60 y 120 pulsaciones por minuto.

Los interruptores se empezaron a usar hacia 1920, pero hasta 1950 no fueron obligatorios, aunque sus ventajas para la prevención de accidentes hoy nos resulten obvias. Originalmente tenían forma de flecha. Hoy en día por suerte resultan un poco más estéticos y discretos.

Hay quien tiene la mala costumbre de no usar los intermitentes, como si hacerlos parpadear fuera a desgastarlos o algo así. Por si a alguien le sirve el dato, hay quien calculó cuánto cuesta usar los intermitentes teniendo en cuenta la frecuencia normal de uso, el coste de la gasolina y la eficiencia del alternador. El dato: 20 céntimos de euros al año. Así que mala excusa es esa.

Más caro que esos 20 céntimos resultarían sin duda las multas por no utilizar los intermitentes. Hay quien cree que no se puede recibir una multa por un concepto que es «opcional», pero es que de opcional no tiene nada: por un lado es obligatorio señalizar las maniobras con señales ópticas (sea con los intermitentes o «a mano»); por otro no señalizar con suficiente antelación también puede ser motivo de multa. Así que a si a todas estas razones sumamos que es un método excelente para evitar accidentes mejor hacer sonar ese tic, tac, tic, tac activando el intermitente tan pronto sea razonablemente posible.

{Foto (CC) Philip Ray @ Flickr.}

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Por @Alvy

Este artículo se publicó originalmente en Tecvolución, el blog de Volvo en el que colaboramos desde hace una década, dedicado a las tendencias tecnológicas aplicadas al futuro de los coches, la sostenibilidad, la innovación y el ocio digital.

Hace tiempo que la ciencia ha sido capaz de explicar una de las razones de los «misteriosos atascos» en las carreteras: la lenta reacción de los conductores propicia que se formen las aglomeraciones que no se resuelve a tiempo. Somos lentos en reaccionar cuando hay que frenar y somos lentos al arrancar. Esto propicia una especie de «efecto acordeón» o atasco de tráfico fantasma que crece y crece y que, como las ondas sobre la superficie de un lago, a la larga puede coincidir con tan mala suerte que deje a los vehículos literalmente parados.

Pero hete aquí que la llegada de los coches autónomos ha arrojado una nueva luz sobre cómo pueden resolver este tipo de problemas, en especial esos «atascos fantasma» sin razón aparente. Y es tan simple como añadir un coche autónomo en la ecuación.

En el experimento que puede verse en el vídeo –en el que colaboró un equipo multidisciplinar de cuatro universidades– se puede ver cómo se analizó todo esto: una veintena de coches circulan dando vueltas, casi como si estuvieran en una larga recta encontrándose con diversos escenarios de más o menos tráfico. Casi todos los coches están conducidos por «personas» simuladas, pero entre ellos hay un coche autónomo (marcado con la flecha) cuyo comportamiento y velocidad varía según su programación.

El algoritmo o fórmula en cuestión controla el vehículo de tal forma que minimiza las veces que el conductor humano que va detrás de él tiene que accionar el freno. Este es el origen del problema, de modo que una conducción más suave –aunque sea más lenta– ayuda a que la velocidad no tenga tantas bruscas variaciones. La gráfica inferior muestra la velocidad en el eje vertical y el tiempo en el horizontal: cuanto más amplias las variaciones, más problemas. Cuanto más estrecha y estable, mejor velocidad media.

En total se probaron diversos números de «frenazos», entre 2 y 9 por kilómetro. Cuando hay que frenar pocas veces también hay que volver a recuperar velocidad pocas veces, de modo que valores entre 2 y 3 veces por kilómetro son los óptimos. Esto no solo hace más fluido el tráfico: también reduce el consumo de combustible hasta un 40 por ciento.

Lo más interesante del asunto es que tan solo hace falta un coche de cada veinte (más o menos un cinco por ciento) para que la situación mejore considerablemente. Si esto es extrapolable –como parece– a las situaciones de tráfico convencional en las calles y carreteras significa que no será necesario que todos los coches sean autónomos; tan pronto como un número significativo de ellos circulen libremente deberían empezarse a notarse los efectos. Nuestros futuros amigos calculadores, metódicos y con reflejos dignos de cualquier deportista de élite también nos ayudarán en esto.

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