Por Nacho Palou — 4 de octubre de 2016

Graphic: The relentless rise of carbon dioxide

Mi recomendador de contenidos ya ha captado la ironía del ser humano, y hoy me sirve casi seguidos estos dos artículos,

  • La inmortalidad tiene fecha: 2050,
    La titánica lucha contra enfermedades como el cáncer pertenecerán al pasado. Semejante predicción no puede ser sino obra de un futurólogo. Pero en el caso de Ray Kurzweil, además es experto en Ciencias de la Computación y en Inteligencia Artificial, y director de ingeniería en Google. Nunca se ha escondido a la hora de contestar a la gran pregunta: ¿podremos aspirar a la inmortalidad? Y tampoco a la segunda gran pregunta: ¿cuándo? Kurzweil responde con un tajante “sí” a la primera. Y se aventura a dar su pronóstico en la segunda: entre las próximas décadas de los años cuarenta y los cincuenta. Para todos aquellos incrédulos, sus predicciones cuentan con un 86% de aciertos.
  • Digamos adiós a la Tierra: hemos superado los niveles CO2 en la atmósfera y tal vez no haya vuelta atrás,
    La semana pasada se alcanzó un nuevo hito en la carrera hacia el fin del mundo, ya que hemos conseguido superar el temido umbral de 400 partes por millón de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Permanentemente.
    Pero ¿por qué es tan fatídico ese número? Desde hace varios años, la comunidad científica nos ha estado advirtiendo de que si se permitía que el volumen de dióxido de carbono superara las 400 partes por millón, se alcanzaría un punto de inflexión de graves consecuencias. El Ártico fue la primera región de la Tierra en cruzar la línea roja en 2012. Tres años después, y por primera vez desde que se empezaran a realizar mediciones, los niveles de dióxido de carbono se mantuvieron por encima de las 400 partes por millón durante todo un mes.

Así que por una lado mantenemos una «titánica luchas contra las enfermedades» a la vez que nos zancadilleamos a nosotros mismos con una épica «carrera hacia el fin del mundo.» Por ejemplo, numerosas enfermedades con una alta tasa de mortalidad —caso de enfermedades respiratorias acrecentadas por la contaminación del aire— tienen mucho que ver con nuestro comportamiento y actitud hacia el planeta.

De hecho, se sospecha que hay una relación directa entre la deforestación y la destrucción del entorno y el creciente número de enfermedades infecciosas. No hace mucho The Guardian dedicaba un artículo a este asunto: The planet's health is essential to prevent infectious disease,

La degradación del entorno de los ecosistemas naturales está teniendo muchas consecuencias negativas, una de las cuales tiene que ver con los brotes de enfermedades infecciosas. La mayor parte de las enfermedades infecciosas en humanos, tales como la malaria, el Zika o el VIH o sida tienen su origen en los animales. Cuando irrumpimos en su entorno natural y en su hábitat estamos agitando a la bestia, por así decirlo.
Por ejemplo, la deforestación. Destruyendo el delicado equilibrio propio de los bosques se incrementa el contacto entre humanos y animales y con potenciales repositorios de enfermedades de la población animal. Se da por hecho que el Ébola pudo propagarse entre los seres humanos que estuvieron en contacto con animales salvajes infectados, propiciado por la creciente deforestación. El medio ambiente juega un papel crítico como muro de contención contra enfermedades infecciosas. El error de no reconocer el valioso servicio que prestan los bosques significa que es muy probable que la deforestación y los brotes de enfermedades infecciosas continúen a un ritmo alarmante.

Siempre nos quedará Marte y su entorno árido y estéril, más acorde con nuestros gustos planetarios.

Imagen: NASA / NOAA.

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