Lanzado el 7 de marzo de 2009 para una misión de tres años y medio el observatorio espacial Kepler no sólo la cumplió con creces sino que los miembros de su equipo encontraron la forma de seguir utilizándolo aún después de que fallaran dos de sus cuatro ruedas de reacción.
Las ruedas de reacción –un tipo de giroscopio, para entendernos– le permitían mantener el equilibrio y apuntar con precisión a un punto determinado del espacio para medir el brillo que llega de las estrellas comprendidas en su campo de observación. Las bajadas en el brillo de esas estrellas son lo que permite detectar que hay planetas pasando entre ellas y nosotros.
Pero para cuando fallaron dos de las ruedas Kepler no podía mantenerse lo suficientemente estable como para hacer unas mediciones tan precisas como es necesario; a fin de cuentas un planeta es mucho más pequeño que su estrella y las variaciones en el brillo que nos permiten detectar su presencia son minúsculas. Así que parecía que había llegado el fin de la misión.
Sin embargo los miembros de su equipo discurrieron una forma de sacarle más partido a Kepler usando la presión de la luz del Sol y sus impulsores para mantenerlo estable. No tanto como antes, con lo que perdió precisión, pero aún lo suficiente como para seguir encontrando planetas extrasolares. Y así ha seguido en funcionamiento desde junio de 2014 hasta ahora, cambiando de orientación cada 84 días para que el Sol no se meta en su campo de vista.
El problema ahora es que se le está terminando el combustible, y sin combustible sí que ya no hay nada que hacer. De hecho en julio de 2018 la NASA lo ponía en reposo para salvaguardar los datos que llevaba recogidos de la campaña de observación número 18, pues aparte de para mantenerse estable Kepler usa el combustible para maniobrar al final de cada campaña de observación y apuntar con su antena hacia le Tierra y enviar los datos y no querían arriesgarse a quedarse sin combustible antes de que los hubiera enviado.
Kepler envió esos datos a casa a principios de agosto, aunque luego la NASA no tenía claro si poner en marcha la campaña de observación número 19 porque uno de los propulsores no está funcionando bien y no saben si es porque está fallando o porque queda poco combustible.
Y no, Kepler no lleva medidor de combustible porque en el espacio, en caída libre, aún no hemos sido capaces de diseñar uno que funcione con fiabilidad, así que el equipo de la misión usa estimaciones a partir de la presión que hay en el depósito y del combustible que se ha ido usando con los años.
Pero al final han decidido tirar para adelante y desde el 29 de agosto Kepler está en su campaña de observación número 19, que si todo va bien durará hasta un poco más de mediados de octubre. Aunque tendrán que hilar fino, no vaya a ser que se termine el combustible y los datos se queden sin enviar; además la NASA tiene la intención de dejar a Kepler apagado y lo más asegurado posible –descargando sus baterías, abriendo los propulsores para que salga cualquier combustible residual que quede, apagando sus sistemas, etc– y para eso aún necesitan hablar con él, con lo que es necesario que su antena apunte a la Tierra.
Pero mientras tanto seguirá haciendo crecer la cuenta de planetas extrasolares que ha descubierto: 2.652 en la misión principal y más de 2.700 candidatos después de «resucitar».