Por Nacho Palou — 5 de octubre de 2009

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Este fin de semana he tenido ocasión de utilizar y probar un poco la Canon EOS 7D. No tanto como me habría gustado, pero sí lo suficiente para comentar algunas primeras impresiones sobre ella, aunque apenas he podido procesar imágenes raw debido a que Lightroom aún no es totalmente compatible con los archivos de la 7D. Según Adobe es capaz de leerlos (y así es) de forma preliminar, en beta.

Ante todo, aunque la 7D tiene muchas características chulas y novedosas no esperes que por sí sola mejore tus fotos ni pienses que vas a ver cosas espectaculares al abrir las imágenes en el ordenador, sobre todo si la comparas con cualquiera de las otras EOS con sensor APS-C más o menos recientes. Sí que las verás más grandes (18 megapíxeles), y dependiendo de tu habilidad podrás apreciar o no alguna mejora especialmente utilizando valores ISO altos -llega a 6400 y hasta a 12800 equivalente con el modo H. Pero en lo que a la imagen resultante se refiere, poco más -o al menos que yo haya podido ver de momento.

Es una cámara llena de gadgets y opciones, que va un paso más allá en la calidad de construcción -en la aparente, al menos- y que, sobre todo, va como un tiro gracias a que incorpora dos procesadores Digic 4 y a que es compatible con tarjetas Ultra DMA, como las SanDisk Extreme y Extreme Pro. En concreto la estoy probando con una Extreme Pro de 32 GB UDMA, que tiene una velocidad de acceso a memoria de 90 MB/s, el doble de lo que alcanza una Extreme IV de la misma marca. Este tipo de memorias son especialmente adecuadas para cámaras como la 7D, compatible Ultra DMA y con grabación de vídeo HD (1080p), aunque tampoco es imprescindible salvo que realmente necesites velocidad.

Volviendo a la 7D y empezando desde fuera, el aspecto y tacto de la cámara es muy bueno, robusta en todas sus partes incluyendo las piezas de plástico normalmente más ligero, como las tapas de batería y tarjeta de memoria o la parte móvil del flash incorporado. Está tan bien construida que parece a una Nikon -o una 5D Mk II para que nadie se ofenda.

(Curiosamente, a mi juicio, el cargador de la batería resulta algo más birrioso que el que venía con la 40D.)

Aunque el tamaño es prácticamente el mismo que el de una 50D (la 7D es algún milímetro mayor de alto y largo) su aspecto es más compacto debido a su formas más suaves. En lo que sí crece la 7D es en peso ya que ha engordado casi 100 gramos, pasando de los 730 gramos de la 50D sin batería a los 820 gramos. Esto son 10 gramos más que una EOS 5D Mark II.

Probablemente una buena parte de ese peso se va en el nuevo prisma del visor. El aspecto y forma del visor y de la prominencia que lo alberga es más perecida a la de las EOS sin flash a pesar de llevarlo integrado. El nuevo visor ahora proporciona una vista muy luminosa y amplia, con una cobertura del 100%. Lo que se ve por el visor es exactamente lo que llega al sensor, aunque la diferencia en otras cámaras Canon EOS es mínima y en realidad casi inapreciable.

Siguiendo por el visor, una característica que me encanta es la posibilidad de habilitar retículas en éste como ayuda para la composición -tiene dos posibilidades, regla de tercios y otra más densa- sin necesidad de cambiar la pantalla físicamente. El visor además contiene mucha más información y -opcionalmente- los puntos de enfoque (19 seleccionables) sirven también con indicador de nivel, es decir, señalan el grado de inclinación de la cámara.

Este nivel digital también aparece en pantalla (LCD) al pulsar el boton INFO, y también puede superponerse al utilizar la función LiveView (modo de visión en directa) y al grabar vídeo - la parte del vídeo apenas la he probado, así que de momento poco que comentar aquí.

Una cosa que me ha gustado mucho es que permite compensar la exposición en +/- 5 pasos, lo que ahorra hacer cambios manuales en los ajustes si se planea generar una imagen con varias exposiciones. Haciendo un ahorquillado de exposición se puede ajustar en +/- 3 pasos.

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La disposición de los botones posteriores mejora notablemente, especialmente el de encendido (que pasa a estar bajo el selector de modos) y los de manejo, que pasan a estar a la izquierda de la pantalla LCD, listos para ser usados con el pulgar izquierdo. La pantalla, por cierto, sí que mejora notablemente la calidad de la imagen (y su luminosidad se ajusta automáticamente según la luz ambiente). El tamaño es el mismo, aunque parece más pequeña porque no tiene marco negro, como otros modelos.

Aparecen nuevos botones que dan acceso a funciones habituales o nuevas (como la grabación de vídeo y activación del LiveView), acceso directo al cambio de modo y calidad de imagen y acceso rápido (botón Q, de quick) a los parámetros con los que se va a hacer la fotografía. El botón M-Fn, de libre asignación, por defecto está configurado para bloquear la exposición del flash aunque se puede cambiar. También sirve para seleccionar los modos del sistema de enfoque automático. Hay que acostumbrarse a usarlo, porque no es fácil encontrarlo al tacto por su posición y pequeño tamaño, que además hace que resulte un poco agresivo pulsarlo.

En el dial de modo desaparecen los modos preestablecidos (retrato, deportes, nocturno...); en su lugar el modo CA (creative auto) es una especie de modo automático que permite cambiar conceptos para aquellos que saben menos. Por ejemplo que el fondo salga más o menos borroso se elige con un deslizador, en lugar de cambiando manualmente el diafragma. El resto se mantiene igual, con los modos personalizados (C1, C2, C3).

Otra función que me encanta que incluya es el disparo remoto de flashes Speedlite sin necesidad de añadir un emisor de radio en el zócalo del flash -si, eso ya lo hacen las Nikon y otras. Así, desde la cámara es posible controlar uno o más flashes externos, para que se activen junto con el flash integrado o de forma independiente.

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