Por @Alvy — 22 de mayo de 2006
El envidioso necesita al envidiado de modo esencial y primario, porque, a través de una encriptada crítica encubiertamente «objetiva y justa», se le da –a él y solo a él– creerse más y mejor que lo envidiado, ante sí y ante los demás. Sin el envidiado, el envidioso sería… nada. Mediante un amañado, retorcido y diestro hipercriticismo sobre el envidiado se pretende hacer a éste detestable, aborrecible y antipático a la percepción de los demás y, en consecuencia, despreciarlo (…) y reducirlo a una posición inferior a la que verdaderamente tiene.