He dicho en numerosas ocasiones que me encantan los libros de papel, y creo que seguiré comprándolos toda mi vida, aunque últimamente cada vez leo más libros en formato electrónico por la comodidad que supone tener prácticamente siempre a mano un dispositivo en el que acceder a mi biblioteca.
Viene esto a cuento porque acabo de leer el artículo de hace cosa de un año The once and future e-book: on reading in the digital age de John Siracusa, que una vez trabajó en Peanut Press, una de las primeras editoriales en apostar por el formato, y me ha parecido muy interesante.
Empieza haciendo un repaso por las reticencias de los lectores acerca de la calidad de las pantallas y de que si no estamos acostumbrados y nunca lo estaremos a leer mucho rato en ellas, o aquello del feeling de los libros en papel -y las desmonta convenientemente- para luego emprenderla con las editoriales.
¿Os suena aquello de una industria enrocada en un modelo de negocio y que no quiere ni oír hablar de cambios en él? De hecho, tras mencionar cosas como los sistemas DRM que se empeñan en usar y los precios descabellados que ponen, dice textualmente que «las editoriales han saboteado el mercado de los libros electrónicos desde el primer día», lo que sin duda me suena de algo.
Incide mucho, además, en que hay que diferenciar el soporte del contenido, y que eso es un factor muy importante, pues para él los factores que le llevaron a adoptar los libros electrónicos fueron el poder temer siempre a mano sus libros, para poder leerlos en cualquier oportunidad que se presentara, la posibilidad de leer a oscuras, y el poder consultar sobre la marcha la definición de cualquier palabra que le hiciera falta.
Pero de esos factores, decisivos para él, dos se perderían en el Kindle, por ejemplo, que considera demasiado grande, aunque esto es, obviamente, algo subjetivo, y que no se puede leer en la oscuridad. De ahí el énfasis que pone en la importancia de separar soporte y contenido y probar distintos lectores antes de renegar de leer libros electrónicos.
En cualquier caso, y por muy dispuestos que los lectores estemos a adoptar el nuevo soporte, las editoriales no parecen muy dispuestas a poner de su parte, aún a pesar de que viven en una época en la que con un scanner, un programa de reconocimiento óptico de caracteres, y un poco de paciencia, cualquier libro es susceptible de aparecer en formato electrónico quieran ellas o no.
(Vía MetaFiter).