Como proyectillo vacacional del verano Mark Rober y su cuadrilla construyeron el «robot lanzapiedras perfecto» –al que llamaron cariñosamente Skippa–utilizando como base un lanzador de platos de arcilla (como los del tiro al plato). En su primera versión funcionaba bien pero era un tanto simple; con ayuda de sus sobrinos lo decoró para que se pareciera más a un robot «clásico» y luego marcó un plan de mejora ingenieril.
Entre los factores que comprobaron metódicamente, a modo de pruebas lo más científicas posibles, variando un solo parámetro cada vez, estaban:
- El ángulo de rebote de la piedra sobre el agua
- El ángulo inicial de impacto de la piedra con el agua tras el lanzamiento
- El diámetro de las piedras
- El grosor de las piedras
El asunto fue todo un éxito y tras innumerables fracasos consiguieron que las piedras llegaran a dar unos 60 saltos más o menos – aunque algo difícil de contar si no se graba a alta velocidad.
Las conclusiones son que el método idóneo de lanzamiento incluían que las piedras viajaran con un ángulo de 20 grados e impactaran también con unos 20 grados sobre las aguas – lo cual puede ajustarse en un lanzamiento manual agachándose un poco. El diámetro y grosor de las piedras no importan demasiado –siempre que no sean enormes– pero es importante que viajen rotando todo lo posible.
A todo esto recordemos que el récord del mundo de «hacer saltar piedras sobre las aguas estaba en 2009 en 51 saltos, algo que el robot Skippa habría mejorado. Pero el reinado en esta disciplina sigue en mano de los humanos, porque desde 2014 el récord son unos increíbles 88 saltos, marca personal de Kurt Steiner.