Por Nacho Palou — 3 de agosto de 2015

Cada vez más productos cobran forma mediante procesos automatizados. Esos procesos no sólo resultan más eficientes y por tanto más baratos, sino que también aseguran que cada objeto se ajusta a la norma y que ninguno se desvía del modelo. Sin embargo lo que es diferente suele ser más interesante. Igual que sucede con la humanidad y con el resto en la naturaleza la belleza reside en la diversidad. Siempre he tenido una gran fascinación por los procesos de producción igual que también la he sentido por los fenómenos que se dan en la naturaleza. Quiero mantenerme fiel a esas dos fascinaciones y tratar de mantener en mis productos el equilibrio entre un proceso controlado y el azar natural.

Partiendo de esa premisa el artista Daniel De Bruin construyó a mano esta especie de impresora 3D analógica. Funciona sin electricidad y se acciona mecánicamente mediante un peso que, al descender por la fuerza de la gravedad, hace funcionar el mecanismo construido con piezas de bicicleta —un principio de funcionamiento similar al de los relojes de pared de la vieja vieja vieja escuela.

Impresora mecánica de Daniel De Bruin

Al accionarse el ecanismo el plato gira conforme se van añadiendo capas de arcilla, una sobre otra — en una forma algo más complicada de practicar la alfarería de toda la vida.

De este modo todos sus productos son iguales pero cada uno resulta diferente, con variaciones entre ellos. Son iguales pero no idénticos; son producto de la automatización pero tienen variaciones únicas debido a la intervención manual que hace funcionar la impresora mecánica.

Vía Fast Co.

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