Por @Alvy — 11 de febrero de 2013

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Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».

Muchos avances tecnológicos se equilibran con ciertos retrocesos en otras áreas, a veces propiciados por el uso de aparatos o ayudas que antiguamente no existían. Podríamos resumirlo diciendo que a veces los aparatos nos ayudan y en ocasiones nos atolondran, sin que esté muy claro si esto es bueno o malo: quizá no sea ni una cosa ni la otra. Por concretar algunos ejemplos que siempre me han llamado la atención hoy en día, ahí van esas señales del atolondramiento tecnológico:

No saberse los números de teléfono de familiares y amigos de memoria. ¿Podrías recordar unos cuantos de ellos en una emergencia? ¿Más de dos o tres? Como hoy en día no hay siquiera que teclearlos se hace extraño, complicado y muchas veces inútil memorizarlos. Dicen que Einstein aconsejaba no aprender de memoria nada que pudiera consultarse en un trozo de papel, así que esta idea seguiría su senda. Sin embargo, el día en que perdemos el móvil, nos quedamos sin batería o tenemos que hacer una llamada desde un fijo o un teléfono ajeno echamos en falta esta antigua tradición de memorización.

Y es que aunque recordemos sin problemas nuestro propio número de móvil hoy en día para muchos es incluso difícil recordar el número fijo de su propia casa. Curiosamente, los números más antiguos de la familia, incluyendo fijos o números que ya no existen están grabados a fuego en sus cerebros – aunque ya no existan.

Confiar demasiado en los GPS. Antes se llegaba a los sitios mirando un mapa de papel o simplemente preguntando. Hoy en día para muchos es casi indispensable contar con una dirección de destino precisa que poder marcar en el tomtom de turno, para dejar que el sistema de navegación marque la ruta hacia el destino.

Tal y como demostró el reciente fiasco de los mapas de Apple, a veces resulta que confiamos demasiado en este tipo de sistemas: te llevan por caminos equivocados, a sitios absurdos (pero que se llaman igual) o algo peor. Como un día desconecten el GPS de precisión o se vaya a tomar viento un satélite no quiero ni pensar en la que se armará.

No saber escribir a mano. ¡Adiós, caligrafía! Es lo primero que aprendemos de niños y por lo que se ve lo primero que perdemos en cuanto comenzamos a usar teclados ya de jóvenes. Y es que tener una caligrafía ininteligible ya no es privilegio únicamente de los médicos: ahora que en todas partes se escribe con teclados es difícil entender la letra escrita de muchísimas personas.

La solución no es para nada simple, pero basta «volver por un momento a los orígenes» y recrearse con el lápiz y una libreta en hacer letras redondas y claras – como quien hace un dibujo. Hay quien dice que la mejor forma es re-aprender a escribir aprovechando que se enseña a los niños o a los sobrinos – antes de que ellos mismos caigan en la perdición, claro.

No fiarnos de la gente sin googlearla. Hubo un tiempo en el que conocías gente y la ibas descubriendo poco a poco. ¡Ah, aquellos maravillosos años para las relaciones humanas! Hoy en día quien más quien menos echa un vistazo a Google para ver qué hay detrás de una persona antes de preguntarle directamente. En algunos sitios lo recomiendan como forma de interesarse (y como precaución incluso) por nuevas potenciales parejas; en otros dicen que es una prueba obligatoria para los candidatos a cualquier puesto de trabajo.

Lejos quedan los tiempos en los que podía uno fiarse de las personas sin googlearlas, lo cual además es un problema porque mucha gente todavía sigue sin existir en Internet: gente que simplemente no tiene ningún interés por la tecnología, las redes sociales o por hacer su vida pública en Facebook o Twitter. Aunque no sea fácil combinar esos dos mundos, recordemos que a veces incluso quienes más exponen sus vidas digitales echan de menos un poco de privacidad y anonimato, por no hablar de aquellos que preferirían no haber pisado Twitter nunca jamás.

Si no está en Internet no existe. Los más adictos a la red creen a veces que si algo no está en Internet es porque sencillamente no existe o porque «algo raro pasa con eso». Si bien es cierto que casi todo está hoy en día en algún lugar de Internet, no todo está en la Wikipedia, ni en Google, ni en las profundidades de las redes sociales.

Un dato reciente afirmaba que menos del cinco por ciento de la información de referencia que está disponible en bibliotecas, museos y organismos de todo el mundo está disponible en la red; esto hace que un montón de publicaciones, bases de datos y materiales no aparezcan en ninguna búsqueda – a pesar de que quizá sean relevantes en sus campos. Por suerte la labor de documentalistas y «arqueólogos de Internet» es precisamente localizarlos y darlos a conocer, pero eso no quiere decir que vayan a surgir de la nada así como así. No es que algo no exista, simplemente es que nadie ha tenido a bien en darlo a conocer.

{Foto: Job Hunting (CC) Robert S. Donovan @ Flickr}

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