Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».
La frontera entre nuestro yo y nuestro yo digital sigue difuminándose y volviéndose cada vez más extraña. El otro día Salim Ismail, uno de los fundadores de la Singularity University lo explicaba hablando de la presencia de los jóvenes en las redes sociales en una frase clara y directa, que dejó pensativos a muchos en la sala:
Hoy en día muchos jóvenes dedican más tiempo a preocuparse de que sus fotos de perfil en Facebook, Twitter y el aspecto de su avatar esté perfecto que a peinarse o arreglarse un poco antes de salir de casa.
Pasar más tiempo retocando tu foto que retocando el objeto físico y real al que representa: tú mismo. Eso sí que es darle más importancia a lo virtual que a lo real. Pero en cierto modo puede tener incluso su lógica: si eres de los permanentemente conectados que consideran que su imagen es importante y además gustas de mostrar diferentes aspectos a lo largo del día, realmente deberías cuidar esa imagen más que la real. Más que nada porque probablemente no interactúes más que con unas pocas personas durante el día –si acaso sales de la cueva para ver la luz– mientras que en la Red puede haber cientos o miles de ellas interactuando contigo y observando tu imagen –aunque sea en un icono de perfil– en todo momento.
Esto nos lleva a algunas cuestiones interesantes que a veces acaban surgiendo en las conversaciones de café: ¿Somos realmente iguales que como nos mostramos «en línea»? ¿Deberíamos serlo? ¿Acaso queremos serlo? En esas conversaciones me ha dado la impresión de que muchas personas suelen coincidir por su experiencia en que un alto porcentaje de lo que se desvela en las redes sociales no es sino una «realidad convenientemente filtrada».
Para algunos se trata simplemente de hacer público en forma de mensajes, estados o tuits lo «bueno» que les sucede al cabo del día. Para otros significa magnificar lo bueno, por pequeño que sea, y minimizar o lo malo. Y de los que se inventan la mitad de su vida convirtiendo su extensión en la red en una película de ficción… mejor ni hablamos.
Sobre los sentimientos y situaciones negativas hay estilos para todos los gustos. Al publicar sobre ello hay quien prefiere ignorarlos simplemente porque no cree que sea importante o porque prefiere no dar una imagen triste o de «protestón». Otros los combinan dejando que algún aspecto negativo cotidiano pero simpático entre en su línea temporal de los relatos diarios. Los menos –quizá por tener un carácter más depresivo, por ser auténticos cascarrabias o simplemente por llevar una vida auténticamente desgracia– publican todas y cada una de sus penas.
También, y esto es innegable, hay veces que hay gente que sencillamente es maravillosamente feliz o con una vida increíblemente triste y desgraciada y publican cada experiencia con total honestidad: son de ese tipo los que cuando conoces en persona son exactamente igual que lo que parecían en línea.
Quienes están en Twitter, Facebook y otras redes sociales por gusto, entretenimiento o incluso por trabajo habrán leído más o menos todas estas situaciones respecto a diferentes personajes: la gente que se preocupa más de sus avatares que de su yo físico, los tuiteros que parecen una cosa y cuando los desvirtualizan son otra (para mejor o para peor), la gente auténtica que es exactamente igual que como te la imaginabas.
Sin embargo, diría que incluso aquellos que filtran sus experiencias cotidianas hacia el lado bueno y amable, o quienes peinan y retocan la foto de su avatar no deberían ser considerados especialmente «raritos» ni muy diferentes de la mayoría de las personas de calle. Vivimos rodeados de mujeres que maquillan su verdadero aspecto bajo ligeros toques (o toneladas) de pintura. De hombres y mujeres que dedican un buen rato a elegir con qué ropa vestirse y a arreglarse. Y quien más quien menos normalmente ha dejado que la ciencia médica y estética meta mano a su aspecto físico: centros de belleza, dentistas o cirugía ocular. En el fondo esos yoes digitales no creo que sean sino una extensión de todas esas tradiciones, algunas de ellas milenarias, de mostrar un mejor aspecto –o un mejor yo– para agradar a los demás.
{Foto: Avatar Classroom / Cyber Placebo @ Flickr}