Por @Wicho — 22 de agosto de 2018

Portada de Los nativos digitales no existenHace unas semanas estuve en Avilés dando una charla sobre los nativos digitales –que no existen– y la forma en la que creo que la transformación digital de la sociedad y del mercado laboral influye en las oportunidades y búsqueda de empleo. Estuve también un rato charlando con Fernando del Busto de cara a un artículo sobre todo este tema que al final no salió publicado. Pero le he pedido que escribiera algo aprovechando sus notas, y este ha sido el resultado:

Abril es un mes propicio para cosas como, es un ejemplo, conocer a Javier Pedreira, aunque por estos mundos interneteros lo conocen, ya lo saben todos, como Wicho. Apareció como estrella invitada por Avilés para clausurar un sobre seminario competencias digitales. Eso dice mucho del nivel de Wicho y también de la ciudad para recurrir a quienes más saben de lo que se habla. Y, además, saben hablar sobre ello.

Tras la clausura tomamos un café y charlamos sobre Internet, el café, la cerveza y la educación y los valores de toda la vida. No fue por este orden ni estas fueron las palabras, aunque pudieron haber sido pero sobre todo, son lo que piensa Wicho y un servidor aunque, en este caso, es lo menos importante. Y para que quede constancia de todo, este diálogo, más que una entrevista, ha sido revisado por ambos gracias a uno de esos avances de la técnica que se llame Google Drive.

– Al final, mucho hablar del desarrollo científico, de la tecnología y nos quedamos en los clásicos. ¿No deja de ser contradictorio?

– Bueno, más que contradictorio yo creo que es una señal de civilización. El desarrollo científico y tecnológico evidencian el conocimiento del hombre, su progreso; pero necesitamos valores para guiarnos en ello. No entro en el debate, muy complejo, de los valores en la actividad científica en sí, sino en los valores en su desarrollo. Si me permites la analogía, hablamos de conducir, de saber utilizar el código de circulación, de no comportarnos como energúmenos al volante, algo que debería ir antes de la reflexión, no menos importante, de si en la investigación es ético o no un comportamiento que termine en el «dieselgate».

– Y entonces es cuando encontramos a los clásicos.

– Más bien los comportamientos éticos y morales que se han desarrollado en Europa en los últimos doscientos años y que se han venido generalizando desde la Revolución Francesa. En el siglo XIX Occidente no tenía problemas con la idea del trabajo infantil, por ejemplo. Pero hoy lo ha erradicado, o está en vías de hacerlo, y trata de extender a todo el mundo. Nuevamente, simplifico mucho el asunto, aunque creo se entiende mejor lo que quiero decir.

– Uno de los elementos que más me ha interesado en la charla es tu reflexión sobre el mito de los jóvenes en el conocimiento de las Nuevas Tecnologías, en Internet; la ausencia de los nativos digitales. Precisamente cuando la idea generalizada es la contraria: su facilidad. Incluso te cuento una experiencia propia: mi hija, con cinco años, manejaba la tableta con una soltura que yo no tenía en ese momento, ni casi ahora.

– Es evidente que las nuevas generaciones tienen una mayor soltura con las nuevas tecnologías. Si nosotros hacemos el esfuerzo podemos recordar cuando entramos por primera vez en Internet, el primer ordenador que tuvimos o como descubrimos un buscador que seguimos utilizando. Esas realidades son innatas para ellos, nacen en ese mundo, pero eso no significa que sean nativos digitales. Lo que significa es que acceden a esos instrumentos sin miedos, sin prejuicios. Muchas veces las limitaciones no están en el instrumento en sí, sino las personas que lo van a utilizar. En el caso de tu hija, utilizaba la tablet con soltura porque carecía de miedos, la encendió y empezó a moverse, sin ningún miedo… Pero habría que ver si es capaz de sacarle todo el partido sin que vosotros le contéis cosas, sin que la acompañéis en ese camino de descubrimiento.

– O sea, que como dices nativos digitales somos todos.

– Bueno, yo diría que todos podemos serlo. Aunque suelo hablar más bien de que todos somos inmigrantes digitales. La evidencia es la cantidad de personas mayores que se manejan en Internet sin ningún tipo de miedo, con soltura. Y hablo de personas jubiladas, que no entran en la definición de nativo digital y ahí están. El mundo digital está ahí. Es una sociedad a la que todos, al menos todos los que estamos del lado bueno de la brecha digital, aunque ese es otro debate, accedemos con naturalidad con independencia de la edad si queremos. Pero debo reconocer el talento para el marketing de quienes se apropiaron de la idea de nativos digitales para vendernos algunas motos cuando muchos de esos nativos digitales que son muy analfabetos digitales.

– ¿En qué sentido?

– Conozco el caso de estudiantes universitarios, o incluso de personas que han terminado un grado universitario, que desconocen el uso de herramientas como el Google Drive u otras herramientas para colaborar en la nube, por ejemplo. Y tengo amigos profesores que me han remitido mensajes de sus alumnos en los que evidencian que no saben hacer algo tan básico como adjuntar un documento a un correo electrónico. O sea, que esa idea de nativos digitales se resquebraja con la propia realidad. Y es que si los sacas de Whatsapp, Instagram y dos cosas más, se pierden.

– Y luego está el dilema de muchos padres: la seguridad infantil, porque los controles parentales fallan más que una escopeta de feria.

– Todos los padres estamos preocupados por la seguridad de la red para nuestros hijos. Aunque luego hablas con algún padre que, reconociendo esta inquietud, te confiesa que no sabe lo que hace su hijo en Internet. Cuando me comentan eso pienso que esa persona tiene un problema con su hijo de la misma naturaleza que si cuando sale de casa no sabe a dónde va o desconoce quienes son los amigos con quienes sale.

– Con la diferencia que Internet lo tiene en el cuarto de estar, incluso en su móvil.

– Sí. La sociedad digital ha dinamitado las barreras que existían entre espacio público y privado, entre espacio público e intimidad. Es un cambio radical que transforma nuestra sociedad de una manera que aún no hemos percibido completamente y que seguirá cambiándola. Es una transformación radical, real y cierta, que está ahí

– ¿En qué sentido?

– Como sabes soy aficionado a la astronomía y la exploración espacial. Hace veinte años, si quería ver un lanzamiento de un cohete en directo la única manera que tenía era la de ir al lugar de despegue a menos que tuviera la inmensa suerte de que alguna televisión decidiera retransmitirlo. Ahora no; ahora la puedo ver por la pantalla de mi ordenador, o de mi teléfono, sin necesidad de intermediarios.

– Ya, pero no es lo mismo.

– Pero es igual (risas). Es evidente que no estás en el lugar, pero el ruido se puede escuchar bastante bien. El olfato… No olerá lo mismo que en directo, pero podrás acceder a detalles visuales que, en el propio lugar, no podrías. Y a tener más información, información que, por cierto, es fundamental que sepamos filtrar, información que tenemos que preguntarnos si es fiable. Y esta es una habilidad con la que no se nace, seas nativo digital o no; alguien tiene que enseñarte.

Y luego está el asunto, no menos importante, de que sepamos qué hacemos cuando hacemos pública nuestra información privada, a quien le estamos dando acceso a ella. Es algo para lo que, de nuevo, tenemos que adaptar la educación de nuestros hijos.

– Un reto lo suficientemente ambicioso para desmoralizar a muchos padres.

– El reto es la educación de los hijos. Pero ponemos una analogía. ¿Dejarías ir solo a tu hijo de seis años al parque infantil que está a dos manzanas de tu casa? ¿O cruzar la calle solo cuando empieza a andar?

– No, evidentemente no. Lo acompañaría y estaría vigilando.

– Pues en este mundo debemos actuar igual. No se trata de impedir que se conecte ni tampoco marcharse nada más que lo haga. Tampoco te subes al columpio con él, aunque lo acompañas si te lo pide. Y siempre estás atento. Y vas cambiando tu forma en la que te comportas según tu hijo madura. La primera vez que se sube a los columpios estás todo el tiempo a su lado; con seis años igual te puedes sentar en un banco a una cierta distancia. Pues aquí lo mismo. En un momento dado el historial de navegación te permite conocer los lugares que visita tu hijo. Pero es mucho más importante la conversación, el diálogo con él; explicarle los riesgos que se puede encontrar y los límites que ha de respetar, que son muy parecidos a la vida real, a los de los valores de toda la vida. Por ejemplo: los padres siempre insisten a sus hijos en que no anden con desconocidos por la calle, pero en muchos casos ignoran que los desconocidos también pueden aparecer en algunos juegos o en redes sociales. Cuando un padre me dice que no sabe que hace su hijo con Internet pienso que tiene un problema.

– Pero eso supone cambiar hábitos, dejar al niño con Internet para que se entretenga.

– Es evidente. Pero es que la red no es una niñera, es un instrumento muy potente. Retomo el ejemplo de antes. A ninguna familia se le ocurre dejar en una ciudad a un niño de seis años en la calle solo, para que juegue. Y para cuando te atreves a hacerlo es porque le has explicado una serie de cosas como eso que acabas de mencionar de no irse con desconocidos. En la red sucede lo mismo. Modificamos el espacio, pero los conceptos no se alteran. Por eso insisto mucho en que hay que trasladar la formación en valores, los valores de toda la vida como aquello de no hacer a nadie lo que no querría que te hicieran a ti y similares, a este nuevo mundo digital. Por mucho que dispongamos de una herramienta increíble si no la usamos con «sentidiño», como decimos en mi tierra, nunca llegaremos a sacar de ella todo lo que ofrece, que es mucho.

[La serie de anotaciones de Juan Ignacio Pérez sobre los valores de la ciencia enlazada arriba es posterior a mi conversación con Fernando, pero viene que ni al pelo, por eso la enlazo]

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