Por Nacho Palou — 20 de diciembre de 2012

Anil Dash, The Web we Lost.

La industria y la prensa tecnológica han tratado el surgir de las redes sociales mil millonarias y la ubicuidad de las aplicaciones en smartphones como una victoria absoluta para las personas comunes. Rara vez mencionan lo que hemos perdido por el camino de esta transición, y me parece que los más jóvenes ni siquiera saben cómo era la Web antes.

No quiero iniciar la típica polémica de «¡Qué malos son esos estúpidos jardines vallados!» Sé que Facebook, Twitter, LinkedIn, Pinterest y similares son grandes sitios, y que proporcionan a sus usuarios un gran valor. Son logros asombrosos, desde una perspectiva puramente de software. Pero están basados ​​en unos supuestos que no son necesariamente correctos.

El equívoco principal del que parten muchos de sus errores es el de que la flexibilidad y el control por parte del usuario tendría como consecuencia irremediable una compleja experiencia de uso que dañaría su crecimiento. Y el segundo equívoco, aún más grave, es pensar que ejercer un control extremo sobre los usuarios es la mejor manera de maximizar la rentabilidad y sustentabilidad de sus redes.

Y Google tiene mucho que ver con esto,

Hace diez años podías dejar que la gente publicara enlaces en tu página web, o mostrar una lista de enlaces que estaban trayendo tráfico a tu sitio. Debido a que Google aún no había introducido ampliamente AdWords y AdSense enlazar no iba de generar ingresos, sino que era una vía para la expresión o editorialización. La Web era un lugar interesante y diferente antes de monetizar los enlaces, pero en 2007 quedó claro que Google había cambiado la Web para siempre, y para peor, al corromper los enlaces.
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