En un sesudo trabajo de un grupo de psicólogos titulado Choosing face: The curse of self in profile image selection se pidió a varios participantes que cedieran una docena de fotos de perfil para redes sociales y a continuación que eligieran las que pensaban que tendrían más «éxito» en según qué sitios (Facebook, Match.com y LinkedIn). La mayor parte acertaron… Pero luego llegó la segunda lectura del asunto.
Aunque por lo general los participantes eran capaces de decidir qué foto era la mejor para cada caso en particular, por ejemplo para ligar (Match.com) o para establecer relaciones profesionales (LinkedIn) era también habitual que dejaran pasar otras opciones mejores que en comparación eran las más «votadas» por otro grupo de participantes más objetivos – en otras palabras, los usuarios de esos sitios.
Eso quiere decir que si la usuaria A elegía una foto para LinkedIn solía haber otra foto mejor que preferían los usuarios de LinkedIn. Y lo mismo si el usuario B elegía cuál era su mejor careto para ligar: a veces las usuarias de Match.com preferían alguna de sus otras vertientes. Y es que la imagen que tenemos de nosotros mismos no es en muchas ocasiones la que tienen los demás de nosotros.
La conclusión es doble: por un lado que técnicamente los usuarios realizan decisiones subóptimas en cuanto a la elección de imágenes para los perfiles se refiere. Por otro, uno de índole eminentemente práctica: parece ser mejor dejar que otros elijan tus fotos por ti especialmente si puedes preguntar a un buen grupo de la red social en la que vas a utilizarla.
Todo lo demás que ya sabíamos, sobre elegir fotos bien realizadas técnicamente, sin fondos estridentes, con unos ajustes de brillo, contraste y color correctos, etc. sigue siendo perfectamente válido. Naturalmente, las fotos de grupo/fiesta/glamour, selfies, antiguas/retro, webcam, mal recortadas, foto-de-DNI/buscado-por-la-policía, gatos y random… directamente a la hoguera.