La entrada en vigor del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) ha hecho que recibiéramos decenas de correos para asegurarse de que queríamos que montones de empresas pudieran seguir manejando nuestros datos. Que hayamos tenido que dar el OK a innumerables cuadros de diálogo antes de empezar a navegar en algunas webs. O incluso que haya webs –muchas de ellas situadas en los Estados Unidos– que no permiten que usuarios de Europa las visiten para no tener problemas legales. Y eso por no hablar de dispositivos como por ejemplo bombillas de esas que se conectar a Internet que podían dejar de funcionar si no aceptabas las condiciones del RGPD.
Pero lo cierto es que el RGPD supone el mayor marco de protección a nivel mundial en lo que se refiere al tratamiento de nuestros datos personales y a su libre circulación.
De hecho el Relator Especial sobre derecho a la privacidad de la ONU, el Profesor Joseph Cannataci, recuerda en un borrador de informe sobre género que la protección de la información personal en línea debería ser una prioridad para todos los países y recomienda la adopción de disposiciones equivalentes o superiores al RGPD europeo para aquellos países a los que no les aplica el Reglamento.
Así que a pesar de todas las molestias causadas en su momento al final el RGPD no va a estar tan mal. A fin de cuentas, y según Michelle Bachelet, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
existe ya la necesidad urgente de gobiernos, redes sociales y otras empresas que protejan los pilares fundamentales de la sociedad democrática, el Estado de derecho y toda la gama de derechos en línea: una necesidad de supervisión, transparencia y responsabilidad. A medida que las fronteras digitales se amplían, uno de los mayores retos de la comunidad de derechos humanos será el de ayudar a las empresas y sociedades a implantar un marco internacional de derechos humanos en los ámbitos que todavía no hemos alcanzado. Esta labor comprende la necesidad de orientar claramente sobre las responsabilidades de las empresas y las obligaciones de los Estados. Por su lado mejor, la revolución digital nos empoderará, conectará, informará y salvará nuestras vidas. Por su peor faceta, nos hará perder autonomía, nos desconectará, nos desinformará y nos costará vidas.
Y en Europa, por una vez, somos ejemplo a seguir.
(Vía Maite Sanz de Galdeano).
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