Este artículo se publicó originalmente en Cooking Ideas, un blog de Vodafone donde colaboramos semanalmente con el objetivo de crear historias que «alimenten la mente de ideas».
Hoy en día son muchos los que se quejan de la falta de privacidad en Internet: de la excesiva injerencia de los diferentes servicios en nuestros datos más íntimos, de la forma en que trafican con ellos y de la extraña sensación que queda al final del día de haber ido «dejando el rastro por ahí». Aunque para muchos no es importante para otros es una inquietud contra la que merece la pena luchar – aunque no siempre sea fácil.
El problema es que la mayor parte de los servicios «gratis» los pagamos con nuestra información personal: la privacidad es nuestra moneda de cambio en esos casos, como sabiamente afirmó Linda Doyle. En muchos casos, la alternativa es imposible: o aceptamos los «términos de servicio» al registrarnos en una web, o no podremos entrar en ella (ni pagando) – y con ese clic digital solemos sacrificar muchos de los detalles de nuestra privacidad que preferiríamos ocultar.
Quien más, quien menos, se habrá quedado con esa sensación tras observar como basta navegar un rato por la sección de cámaras fotográficas de Amazon –por ejemplo– cuando al rato aparecen más y más cámaras como sugerencias personalizadas de forma continua e insistente. Y otra. Y otra… Como si no hubiera un mañana, es como si todos los recuadros libres de la pantalla se confabularan para hipnotizarnos con sus cantos de sirenas como a Ulises: «¡Compra esta cámara! ¡Compra esta cámaraaa…!»
Tal es la insistencia que a veces esos mismos banners publicitarios de tiendas de productos de electrónica, viajes o libros nos «persiguen» incluso en otras webs y foros que visitemos. ¿La razón? La información ha sido transferida de las tiendas a las grandes agencias publicitarias que gestionan miles de sitios web. Los anuncios están personalizados individualmente, a través de un identificador que te reconoce a la perfección exactamente a ti, con más o menos datos personales según se tercie.
¿Se puede hacer para evitar esta sensación? Antiguamente bastaba «borrar las cookies» para eliminar las marcas de rastreo, pero actualmente esa opción resulta prácticamente inútil. Sistemas como Do Not Track, implementados ya en algunos navegadores, permiten obtener y bloquear información a gusto del usuario, aunque como siempre, la clave no es el sistema sino qué opción esté marcada por omisión. Si estás preocupado por el tema, simplemente chequéalo en tus preferencias.
No obstante, la situación parece insalvable cuando se navega dentro de una red social en la que es obligatorio haberse registrado, como Facebook o cualquiera otra similar. La identidad es «parte del juego» y resulta difícil desligar los datos reales para comunicarse con los amigos de la información que reciben los voraces algoritmos comedatos de la red social.
Una solución muy divertida que leí por ahí propone vacilar a la «red social» – entendida como cualquier servicio de este tipo (creo que el experimento lo hicieron con Facebook). En un sitio en el que hay cientos de millones de usuarios es fácil que los algoritmos se concentren en las situaciones más habituales y no en las menos habituales. Así que muchos aplican reglas un tanto básicas: si eres hombre soltero buscas mujeres (a menos que marques que tienes pareja); si tienes cierto rango de edad preferirás ciertos juegos, coches o música. Si compras una cuna de bebé o pañales, es porque hay un niño en casa – anecdóticamente se sabe de algún padre que se ha enterado de su futura paternidad a raíz de los anuncios que le aparecían en Facebook.
La táctica casi de guerrilla urbana para desligar la información personal válida de de la de comportamiento consiste en confundir al «enemigo» creando escenarios imposibles y combinando gustos de la peor forma posible. Puedes darte una vuelta por las tiendas y comprar lo más horrible que encuentres: si estás sin un duro en la cuenta corriente, revisa los televisores de 80 pulgadas y pon alguno en el carrito – luego lo cancelas. Si vives en la ciudad, haz como que compras herramientas de jardín. ¿Fan de Iron Maiden? En realidad puedes completar tu catálogo virtual con la historia del flamenco desde sus orígenes.
Lo curioso es que todo esto es que limitándose a compras y acciones como votos, «me gustan», juegos, etcétera muchos de los cambios los verás sólo tú, a menos que los compartas. Si quieres algo más gracioso, puedes de paso publicarlo o compartirlo con los amigos de la red: aparte del susto y las risas que puedes provocar en tus amigos al ver los cambios de estado (¿Soltero, casado? ¿Cambiaste de ciudad?) estarás literalmente volviendo locos a los algoritmos de recomendación y seguimiento publicitario.
¿Y si todo falla? Comprueba tu perfil: tal vez puedas cambiar repentinamente de país, de fecha de nacimiento o incluso aplicarte un repentino «cambio de sexo digital». A partir de entonces, quien trafique con tus datos personales tendrá un perfecto confeti virtual inservible de –digamos– un quinceañero que compra productos de higiene femenina apasionado por la música tirolesa – o algo más raro todavía.
{Foto: Glowing Neon Social Media Icons (CC) Webtreats @ Flickr}