Por @Alvy — 28 de noviembre de 2016

BBS Chicago

A quien le apetezca un viajecito al pasado de los buenos, a la época de las retrocomunicaciones, al mundo en el que las velocidades de conexión se medían en baudios en vez de en megas le encantará este artículo de The Atlantic: The Lost Civilization of Dial-Up Bulletin Board Systems.

Y es que efectivamente aquellos sistemas de tablón de anuncios en los que se compartían mensajes, ficheros y se utilizaban primitivas pasarelas –ya en los últimos tiempos– para conectar con esas redes del más allá como una tal «Internet» son ya cosa del pasado. Todavía hay aficionados a la retroinformática que mantienen algunas joyas de estas piezas de software por hobby – algo que sin duda será muy útil si algún día un Apocalipsis destruye la red o nos invaden los marcianos, pero muy prácticos, prácticos, no es que sean ya.

Pero como expliqué hace años, lo mejor de los BBS era sin duda la gente, esa sensación de compartir espacio y de permanecer a una comunidad – aunque cada cual estuviera en una punta del país. Algo que se ha repetido a lo largo de muchas décadas como hemos podido ir viviendo con la llegada de nuevas y diferentes redes y comunidades:

(…) Las historias personales de ambos mundos digitales, las BBSs de entonces y la Internet de ahora, incluso en mundos más delimitadas como los foros, los weblogs o los sistemas de mensajería, son exactamente las mismas: creación de comunidades, gente ayudándose una a otra, buen rollo, amores, divorcios, discusiones, flames, trolls, «guerras santas», odio entre grupos rivales. Parece que la tecnología no ha cambiado eso en todos estos años. Resulta curioso ver todo esto explicado por personas que ahora están en la franja de edad entre los 30 y los 50 y que vieron el nacimiento de ese nuevo mundo y de esas comunidades con 15, 20 ó 25 años.

El artículo de Benj Edwards es un relato más bien personal de lo que era la iniciación en las BBS, aquella entrada por primera vez en un mundo desconocido, el tratamiento con los sysops (amos y señores de aquellos feudos) y el posterior aprendizaje de las reglas no escritas de la vida online. Resulta, cuando menos, entrañable.

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