Tan importante como lo que disfrutas con este simulador de nave espacial es lo bien que te lo pasas fabricándolo. Es un trabajo de ese gran padre mañoso, Jeff Highsmith –de cuyo panel de control de misión ya hablamos por aquí– para el pequeñajo de la casa. Se trata básicamente una cápsula de misión Apollo «rectilínea», un tanto tosca pero muy simpáica.
El peque va tumbado de espaldas y un joystick es su principal instrumento para el «control» del invento. El realismo de este simulador es tal que incluso tiene un brazo robótico con el que se pueden lanzar pequeños satélites colgados de un hijo, además de cientos de luces y botoncitos que no sirven para nada –o sí– pero en cualquier caso entretienen una barbaridad.