Vox Media publicó esta preciosa pieza sobre los pinballs o «máquinas de bolas»; más en concreto sobre lo diferente que es jugar como si todo sucediera al azar frente al control que puede alcanzar un maestro como Roger Sharpe, la leyenda del pinball que protagoniza la entrevista.
Sharpe dice que una de las cosas que más le sorprende es que mucha gente no sabe que las máquinas de bolas pueden controlarse en buen grado, como tantos otros juegos: se limitan a darle a los mandos un poco a boleo sin saber siquiera a dónde apuntar (o, para el caso, que no es tan complicado controlar-y-apuntar). Y es que hay toda una ciencia detrás de los mandos, la inclinación del tablero y los diferentes componentes del juego, que hacen que se pueda controlar la bola, dirigir y, poco a poco, ir logrando los diferentes objetivos del juego aunque muchas veces hay que usar el ensayo-y-error.
Esto es tan cierto como que mucha gente ni siquiera se lee las instrucciones que suelen venir en la esquinita de la máquina (y en el propio tablero) para saber cuáles son esos objetivos, normalmente completar palabras derribando dianas letra a letra, hacer pasar la bola por rampas, meterla en agujeros o completar las luces de un panel. Con paciencia y puntería se puede lograr todo eso y de ahí pasar a las multibolas, las bolas extras, las partidas gratis y los ansiados récords.
Aunque las máquinas de hoy en día son bastante más complicadas y liosas que los pinballs antiguos todavía se siguen fabricando –en la pasada Gaming Expo me encontré una impresionante colección– y aunque ya son más que una ciencia un auténtico arte siguen teniendo su aquel – aunque sea por aquello de competir contra las leyes de la física más allá de lo que es una pura pantalla de píxeles.