Hay un consenso más o menos generalizado en que el ENIAC es el primer ordenador de la historia, aunque le faltaban algunas cosas para terminar de parecerse a un ordenador actual, como por ejemplo que no podía cargar sus programas en memoria, por lo que para reprogramarlo había que, literalmente, recablearlo.
El ENIAC fue construido en los Estados Unidos y entró en servicio en febrero de 1946. Pero en esa misma época el Reino Unido era un hervidero de actividad en el campo de la informática, aunque en realidad la informática aún estaba por inventar. Y para 1948 cinco grupos distintos estaban trabajando en la construcción de los primeros ordenadores programables en el sentido moderno, sin tener nada que envidiar a otros grupos que en los Estados Unidos estaban en lo mismo.
De hecho el primer ordenador programable tal y como lo entendemos hoy en día fue británico. Igual que lo fueron el primer ordenador en ejecutar una aplicación de negocios, el primer ordenador comercial, o el primer servicio de informática de una universidad, que además también atendía a usuarios externos.
Alan Turing and his Contemporaries, subtitulado Building the world's first computers, Construyendo los primeros ordenadores del mundo, hace un repaso a la década inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial, esa época en la que el Reino Unido se llevó tantos «primeros» de la historia de la informática.
Tras una pequeña introducción acerca de cómo la segunda guerra mundial propició los avances tecnológicos necesarios para poder emprender la construcción de ordenadores digitales el libro pasa abordar lo que hizo cada uno de esos grupos antes citados. Cada grupo tiene su capítulo antes de llegar a un capítulo que aborda como los avances logrados se fueron convirtiendo en productos comerciales y cómo las empresas que los fueron creando fueron uniéndose poco a poco para terminar formando ICL, la empresa en la que agonizarían todos estos avances y con la que el Reino Unido perdería su ventaja en este campo.
El capítulo final del libro está dedicado a la influencia de Alan Turing en todo este proceso, influencia que se pudo notar incluso después de su prematura muerte.
Tres apéndices permiten echar un vistazo a la peculiar arquitectura de los primeros ordenadores británicos, a una línea temporal de Turing y su relación con la informática, y a un montón de recursos para seguir leyendo.
El libro es corto y si te interesa el tema te lo ventilas en nada porque es muy interesante e incluye un montón de información que es difícil encontrar en otros sitios. Eso sí, 21 euros para la edición Kindle –en papel está descatalogado– es bastante dinero, aunque en mi opinión merece la pena.
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