Por @Wicho — 28 de junio de 2021

Portada de El blues de los agujeros negros de Janna Levin El blues de los agujeros negros y otras canciones del espacio exterior por Janna Levin. Capitán Swing 2021. 251 páginas.

En la madrugada del 14 de septiembre de 2015, aún durante su fase de puesta a punto, y en lo que sin duda se puede calificar como una casualidad de proporciones cósmicas, los detectores del observatorio LIGO en Livingston (LLO) y en Hanford (LLH) detectaron su primera onda gravitacional:

Dos estrellas muy grandes vivían en órbita, la una alrededor de la otra hace varios miles de millones de años. Puede que hubiera planetas a su alrededor, aunque el sistema formado por las dos estrellas quizá fuera demasiado inestable o su composición demasiado simple para albergar planetas. Con el tiempo, murió primero una estrella, luego la otra, y se formaron sendos agujeros negros, que orbitaron en la oscuridad, probablemente durante miles de millones de años, hasta que llegaron esos doscientos milisegundos finales en que los agujeros negros colisionaron, se fusionaron, y lanzaron al universo un potentísimo tren de ondas gravitacionales.

El sonido viajó hasta nosotros desde una distancia de 1.400 millones de años luz. Mil cuatrocientos millones de años luz. Unas horas antes de que la onda llegue a la Tierra, el LHO alcanza el estado de sintonía. Una hora antes de su llegada, lo alcanza también el LLO. En mitad de la noche, los científicos de Washington dan por finalizado su largo día de trabajo y se van a casa. Los científicos de Luisiana abandonan sus herramientas con la frustración de dejar el instrumento intacto en modo de observación. Menos de una hora más tarde, la señal rompe sobre la Tierra. La onda gravitacional llega desde el cielo sureño y pasa por Luisiana, haciendo vibrar antes el LLO, para a continuación proseguir su camino a la velocidad de la luz y casi siguiendo el plano del continente hasta alcanzar el LHO 10 milisegundos más tarde.

Pero aún tendrían que pasar semanas de análisis de los datos de ese evento para que el 11 de febrero de 2016 se anunciara formalmente la detección de las primeras ondas gravitacionales de las que tenemos constancia. Aparte de que que la ciencia es –o debe ser– cauta nadie podía creerse tanta suerte. Y es que aún había quien, en la comunidad científica, pensaba que las ondas gravitacionales no existían. Aún a pesar de haber sido predichas por Einstein en 1916 en su teoría de la relatividad general. Pero es que a veces también Einstein se equivocaba.

En cualquier caso la detección de aquel 14 de septiembre hizo que este libro, publicado en 2016 pero terminado de escribir en 2015, estuviera ya prácticamente obsoleto al llegar a las librerías; sólo un epílogo en el que se recoge el evento de 2015 recoge la detección de las primeras ondas gravitacionales. El resto del texto dice que los principales responsables de LIGO estaban convencidos a finales de 2014 y principios de 2015 que el instrumento iba a funcionar, e incluso que les gustaría poder hacer esa primera detección para conmemorar el centenario del artículo de Einstein.

Aunque no por ello es menos interesante, porque, como dice la autora, «…este libro es tanto una crónica de las ondas gravitacionales –un registro sónico de la historia del universo, una banda sonora para acompañar a la película muda– como un homenaje a un esfuerzo experimental quijotesco, épico y conmovedor; un homenaje a una ambición disparada.»

Y es que aunque cada vez había menos dudas de su existencia gracias a observaciones indirectas cuando se empezó a hablar por primera vez de diseñar y construir algún tipo de instrumento capaz de detectar las ondas gravitaciones era una apuesta arriesgadísima. Una apuesta arriesgadísima que terminó con la carrera y la salud de algunas de las personas involucradas. Y en eso el libro es una excelente crónica de la parte humana de uno de los mayores descubrimientos de los últimos años. Y eso no queda nunca obsoleto.

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