No recordada -o más bien no sabía– que Microsoft había montado una tienda de libros electrónicos para Windows 10 allá por 2017. Pero se ve que no les ha ido muy bien porque la cerraron el pasado 2 de abril.
Microsoft va a reembolsar el valor de los libros a esas personas a partir de esta semana, momento en el que se quedarán sin acceso a ellos. La verdad es que podían habéserlo currado un poco más como hizo, por ejemplo, Nook cuando cerró su tienda de ebooks en el Reino Unido: sus clientes ahora pueden acceder a la mayoría de lo que habían comprado. La mayoría, pero no todo.
Pero en cualquier caso para mí la cosa va mucho más allá de cualquier posible reembolso. Yo, desde luego, no llevaría nada bien que si cierra una librería en el MundoReal™ vinieran a llevarse los libros que allí he comprado. Y es que esos libros hablan de mí como persona y como lector. Y eso por no hablar de los subrayados o anotaciones que haya podido hacer en esos libros. Esos libros son míos y no quiero que nadie se los lleve por mucho que me los pague. Y lo de los 25 dólares extra que Microsoft va a dar a quien haya hecho subrayados o anotaciones en sus libros es de risa.
El problema es que en la tienda de libros electrónicos de Microsoft –en la mayoría de tiendas de libros electrónicos, de hecho– no compramos lo que creemos que compramos. No estamos comprando el libro sino una licencia para leerlo. De hecho la respuesta a la mayoría de las preguntas ¿puedo copiarlo para mi uso?, ¿puedo venderlo?, ¿puedo dejarlo en herencia?, ¿puedo regalarlo?, ¿puedo prestárselo a un amigo?, ¿puedo acceder a él desde todos mis dispositivos?, ¿me lo puedo quedar para siempre? y, sobre todo, ¿soy su propietario? es que no en la mayoría de las plataformas de ventas de libros. Y además en las condiciones de uso que aceptamos sin leer al darnos de alta está contemplado el hecho de que esa licencia se puede revocar según en qué condiciones y bla bla bla.
Irónicamente el primer caso sonadísimo causado por estas condiciones de uso –que no de compra– sucedió cuando Amazon descubrió que una edición en formato Kindle de 1984 que se había estado vendiendo a través de ellos no tenía los permisos adecuados para ello. Esas copias de 1984 desaparecieron de las cuentas de las personas que las habían comprado, aunque luego, con el follón que se montó, terminaron por recuperarlas.
Por eso mi consejo es que si compras contenidos en formato electrónico lo primero que has de hacer acto seguido es quitarles cualquier tipo de sistema de gestión de derechos digitales (DRM) que incorporen para asegurarte de que tienes un producto que no es defectuoso. Porque los DRM nunca han servido para evitar que se copien cosas; sólo han servido para molestar a quienes quieren hacer las cosas bien. Las herramientas de Apprentice Alf para eso son un recurso estupendo para quitar ese tipo de sistemas.
Ojo, que no defiendo en absoluto que se copien contenidos a lo loco. Los autores de cualquier tipo de obra tienen todo el derecho a cobrar por ellas e intentar vivir de ellas, faltaría más. De hecho yo soy muy de pagar, aunque a veces la industria de contenidos se empeña en hacerlo muy difícil.
Así que lo dicho: que le den al DRM. Paga por los libros y otros contenidos. Pero si vienen con DRM quítaselo para que dejen de ser productos defectuosos. De los vehículos con DRM ya hablaremos otro día.
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Hablando de heredar libros electrónicos ya voy teniendo una edad en la que cada vez hay más posibilidades de que a algún allegado se le muera alguno de sus padres. Y ya van dos casos, uno reciente, otro de hace un par de años, en el que hemos podido comprobar como en efecto no se pueden heredar esos libros.
En concreto se trata de dos personas que leían mucho y que tenían cuentas en Amazon cuyos hijos no pueden heredar esos contenidos. En los dos casos resulta que tienen la contraseña de la cuenta, pero según los términos de uso del servicio no pueden pasar esos libros a sus cuentas.
Quiero creer que con el tiempo esto cambiará pero es que, para variar, la tecnología va muy por delante de las leyes y, simplemente, mis amigos no tienen nada a lo que aferrarse para conseguir heredar esos libros –dejando aparte el hecho de que sus madres en su momento aceptaron los términos y condiciones de Amazon que lo impiden–.
En este sentido recomiendo leer ¿Quién leerá tus mensajes de WhatsApp cuando hayas muerto?, un artículo que habla del Título X de la Ley de Protección de Datos, que habla precisamente del Derecho al Testamento Digital. Es un paso en la dirección adecuada pero no es suficiente.