En el universo de The Eye With Which The Universe Beholds Itself los Estados Unidos no ganaron la carrera por llegar primeros a la Luna sino que fue la URSS la que el 7 de julio de 1969 lograba imponerse en ella con el alunizaje del módulo lunar Zarya con Alexei Leonov a bordo.
De hecho tampoco sería Neil Armstrong el primer estadounidense en llegar a la Luna, ya que decidió abortar el aterrizaje del Eagle debido a los múltiples mensajes de error 1202 que lanzaba el ordenador de a bordo cuando el 20 de julio de 1969 él y Buzz Aldrin estaban a tan solo unos minutos de posarse sobre nuestro satélite. En su lugar fueron Charles «Pete» Conrad y Alan L. Bean los primeros en hacerlo cuando el Intrepid por fin conseguía alunizar el 19 de noviembre de 1969.
Y de hecho tras los problemas con el Apolo 13 los Estados Unidos se olvidaron por completo de la Luna para poner sus miras en Marte, donde sí llegaron los primeros el 23 de marzo de 1980 con la misión Ares 9, basada en la tecnología desarrollada para el programa Apolo.
Pero sería la única vez que un ser humano pusiera sus pies en Marte, ya que en sus nueve días en la superficie del planeta rojo el mayor Bradley Elliott descubrió señales inequívocas de la presencia de vida inteligente en el planeta.
Esta información fue convenientemente mantenida en secreto por el gobierno de los Estados Unidos hasta que la información traída de vuelta por Eliott les permite desarrollar motores que permiten viajar más rápido que la luz y que nos dan acceso a las estrellas.
Pero nuestra comprensión parcial acerca de cómo funcionan esos motores tiene un precio que alguien tendrá que pagar años después.
The Eye With Which The Universe Beholds Itself es el segundo de los relatos cortos de The Apollo Quartet de Ian Sales, en los que plantea universos o líneas temporales ligeramente distintos a la nuestra en las que la tecnología del programa Apolo es la protagonista, casi más que los personajes.
Por 3,15 euros en Amazon resulta una lectura la mar de entretenida y fácil de recomendar, aunque, eso sí, es como las películas de Marvel: hay que leer hasta el final, pasado el apéndice, que de hecho también forma parte del relato, para acabar de entenderlo.
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