Por @Wicho — 2 de marzo de 2021

Inteligencia artificial y cultura pop por Félix Catero PalaciosHace unos meses Félix Cantero me pidió que prologara su libro Inteligencia artificial y cultura pop. De la sinopsis del libro: «La inteligencia artificial está ya teniendo influencia en nuestras vidas (...) y en muchas cosas que probablemente ni imaginamos. Y es importante que sepamos que esas inteligencias artificiales limitadas pueden tener sesgos en los que nadie haya caído, sesgos que afectarán a nuestras vidas. Para que no nos pille de sorpresa. Y para saber en qué mundo vivimos.»

Ahora que ya está publicado y disponible en Dextra Editorial y SKR Preparadores (en este enlace también podéis descargaros un PDF con las primera páginas del libro), por ejemplo, reproduzco aquí el prólogo que escribí tras leer el libro por si os animáis:

En 1950 Alan Mathison Turing, uno de los padres de la informática –todos los ordenadores que usamos en la actualidad son máquinas de Turing, pero eso es otra historia– propuso lo que el entonces llamó The Imitation Game. Era una prueba concebida para ver si una máquina podía ser capaz de demostrar un comportamiento inteligente indistinguible del de un ser humano.

Hoy en día la conocemos como el Test de Turing. Y en estos casi tres cuartos de siglo que han pasado desde entonces –y a pesar de que hay sustanciosos premios para ello– ninguna máquina ha conseguido pasarlo. Mi impresión personal es que seguimos tan lejos como entonces de ser capaces de construir una inteligencia artificial como cuando Turing planteó el asunto por vez primera. O que si hemos avanzado ha sido tan poco que a efectos prácticos es como si no nos hubiéramos movido. De hecho tras los avances iniciales en las primeras décadas en las que empezamos a disponer de ordenadores pronto nos topamos con un frenazo tal que llegó a hablarse del invierno de la inteligencia artificial, que abarca casi todos los años 70 y 80 del siglo pasado. Invierno del que no tengo claro del todo que hayamos salido a pesar de algunos avances espectaculares que nos han querido vender. Quizás sea otoño, como mucho.

Uno de los problemas –para mí el principal– para hacer verdaderos avances en este campo es que realmente no sabemos cómo funciona nuestra supuesta –al menos en algunos casos– inteligencia. Si nos ponemos a ello, tan siquiera tenemos una definición que no sea fenomenológica. Tampoco tenemos muy claro cómo medirla, cociente intelectual, que sólo mide algunos aspectos de ella, aparte. No sabemos responder, por ejemplo, si apreciar la belleza es una parte fundamental de la inteligencia. ¿Y la creatividad? ¿Se puede ser inteligente sin ser creativo? Por dejar caer un par de preguntas que quizás lleven a la reflexión.

Es más, ¿son los animales inteligentes? No es difícil encontrar ejemplos de cómo comunican información y aprenden. ¿Y esas dos actividades no son parte de lo que definimos como inteligencia?

La inteligencia artificial tiene como objetivo reproducir la inteligencia en una máquina. Pero estamos muy lejos aún de crear un HAL 9000 y más aún de la rebelión de Skynet. Aunque el tiempo les haya alcanzado y estemos ya décadas por delante del momento en el que se supone que iban a comenzar a existir. Como mucho tenemos inteligencias artificiales limitadas de uso muy específico que son muy buenas en algunas cosas –superiores incluso a nosotros, incluso a especialistas en el campo en el que se aplican– pero que son incapaces de responder, por ejemplo, a la sencilla cuestión de si una trinchera sirve para trinchar. Pista: no, no sirve.

La verdad es que no me atrevería a decir cuándo vamos a ser capaces de crear una verdadera inteligencia artificial de propósito general. No me atrevería tan siquiera a decir si alguna vez seremos capaces de hacerlo. Sin embargo creo que no arriesgo mucho si digo que no lo veremos en las próximas décadas y que en lo que me queda de vida no veremos tal cosa. Pero no me hagan mucho caso, en su momento no supe ver lo relevante que iba a ser el iPod para Apple y para la industria musical, aunque para cuando salió el iPhone ya había aprendido la lección y tuve claro que iba a arrasar.

En cualquier caso no está de más que empecemos a pensar en ello porque esas inteligencias artificiales limitadas –aunque a mí no me gusta nada llamarlas así, desvirtúan el concepto inteligencia– están ya teniendo influencia en nuestras vidas. Por ejemplo a la hora de que nos concedan un crédito. O a la hora de que nos contraten. O a la hora de juzgar si una persona que está en la cárcel es candidata a conseguir la libertad condicional. Y en muchas cosas más que probablemente ni imaginamos. Y es importante que sepamos que esas inteligencias artificiales limitadas pueden tener sesgos en los que nadie haya caído, sesgos que afectarán a nuestras vidas. Para que no nos pille de sorpresa. Y para saber en qué mundo vivimos.

Este libro hace una reflexión precisamente sobre estos temas, una reflexión sobre a dónde nos puede llevar nuestro empeño en crear una inteligencia artificial verdadera. Para que no nos pase como al aprendiz de brujo. Por si acaso.

Y me parece una idea estupenda hacerlo con referencias a la cultura pop, y en especial a la ciencia ficción. Porque la buena ciencia ficción ha de ser un espejo en el que nos veamos nosotros mismos y nos haga reflexionar sobre lo que significa ser humano y, por ende, inteligente.

Y para pensar que si alguna vez llegamos a crear una inteligencia artificial verdadera, ¿quienes seríamos nosotros para decir que los sueños de Deckard, por mucho que puedan ser implantados, son menos valiosos que los nuestros? ¿O que los recuerdos de Roy Batty se pueden perder como lágrimas en la lluvia sin que pase nada?

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