La vida ha desaparecido prácticamente por completo de la Tierra. Por lo que sabemos apenas sobreviven –malviven– unos cuantos seres humanos a la caza de algún resto de comida olvidado en el fondo de un cajón o de ropa o cualquier otra cosa que les pueda ayudar a seguir tirando.
En este mundo un padre y su hijo viajan hacia el sur para intentar huir de un invierno que viene y al que el padre sabe que no sobrevivirán con sus escasísimos recursos. Por el camino intentan desesperadamente dar con algo que llevarse a la boca mientras. Pero a la vez se mantienen tan lejos como les es posible de otras personas porque la desesperación es muy mala consejera y algunos recurren a la violencia para conseguir lo que necesitan. Y les da igual tener que quitárselo a un niño o a quién sea.
Pero tengo que decir que se me hizo un tanto increíble la relación del niño con su padre, de los que, por cierto, nunca llegamos a saber ni los nombres. Entiendo que el padre representa la determinación por seguir adelante siempre un día más a pesar de todo, algo que el niño no puede entender porque su mundo es el posterior al apocalipsis que ha causado la extinción de la vida en la Tierra. Pero no puedo entender –o no me he podido creer– que su relación se reduzca básicamente al niño diciendo que tiene miedo o pidiendo perdón por haberla liado y que su padre sólo le diga que no pasa nada… aunque quizás eso sea parte del mensaje que quiere transmitir el autor. En cualquier caso, no me engancharon los personajes a pesar de la fama que tiene la novela.
La carretera es una historia dura, sin concesiones, en la que el autor no da un atisbo a la esperanza, así que hay que cogerla con un poco de cuidado; no es para leer en momentos de agobio.
Al autor, por cierto, le he cogido un poco de manía porque parece que escribió la novela con un diccionario de adjetivos raros al lado para ir metiéndolos aquí y allá. En lugar de aportar nada a la historia parecen estar puestos para demostrar la erudición del autor.