Por @Alvy — 22 de febrero de 2015

La isla del tesoro

El caballero Trelawney, el doctor Livesey y los demás me han encargado que ponga por escrito todo lo referente a la isla del Tesoro, de cabo a rabo, sin dejar otra cosa en el tintero que la posición de la isla, pues aún quedan allí riquezas que no han sido recogidas.

– Jim Hawkins

Por IBB. La isla del tesoro: un estudio gráfico y literario sobre la obra maestra de Robert Louis Stevenson. Mario vargas Llosa, Alejandro Jodorowsky, Rosa Montero, Fernando Savater, Vázquez-Figueroa y otros autores. 236 páginas, color. 20€. (Graphiclassic, 2015).

Un seis de enero de hace muchos años, unos improbables y cariñosos Reyes Magos dejaron sobre la mesa de mi comedor una caja de pinturas Alpino, una pequeña muñeca vestida con ropa que me resultaba conocida y un libro. Fue sobre todo el libro lo que llamó mi atención. No había oído nunca antes el nombre de su autor. Ni siquiera el título de la novela, La isla del tesoro, me decía nada, pero impelida por la curiosidad, lo abrí de inmediato y su primer párrafo atrajo mi atención.

A mediodía, mi madre hubo de repetir su llamada para sentarme a comer. Jim Hawkins me estaba contando una historia que abría a mis ojos un mundo desconocido y mágico. Un cofre, un mapa, una isla, un tesoro, piratas, marineros… ¡Que extraordinario regalo para acompañar las horas de las tardes grises y frías de un enero de temperaturas gélidas!

Sin duda, si Robert Louis Stevenson fuera un escritor de este siglo XXI, la isla vendría señalada con un GPS de última generación, el cofre podría ser una cápsula del tiempo y el mapa se escondería en un concurso de geocatching. Quizá el tesoro sería el mejunje a inyectar a cualquier Manchurian Candidate, La Hispaniola vendría de una galaxia lejana y desconocida, y el doctor Livesey, el capitán Smollett y John Silver el Largo formarían parte de una cuadrilla de alienígenas marinos —unos buenos, otros malos y alguno con pata robótica— que se valdrían de drones teledirigidos y láseres fulminantes en vez de mosquetes y machetes.

Hay que agradecer a Stevenson que nos retrotrajera al siglo XVIII y nos encandilara con bucaneros, tabernas y banderas negras. Hoy en día, en el que «pirata» es más bien sinónimo de «el que roba con un ordenador» (¿justicia o injusticia?) se pueden revivir aquellos tiempos de la mano de decenas de autores que debaten sobre la novela, como ya hizo la editorial con Moby Dick el año pasado. Con una cuidadísima edición y una bitácora (que no blog) que acompaña al tomo principal, es una obra de esas que conviene tener en papel porque tanto contenido como diseño e ilustraciones merecen la pena.

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